Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

post author

Las páginas de los diarios y los espacios de los noticieros se han llenado no sólo con la imagen del tremendo sopapo que Will Smith propinó en pleno escenario a Chris Rock sino con el cúmulo de comentarios que ese incidente provocó alrededor del mundo. Hasta la tenebrosa guerra de Putin pasó a segundo plano, no digamos el surgimiento de la nueva variante Ba2 Ómicron que ya anda por allí, pues el escándalo de la ceremonia de los Óscares acaparó durante horas el interés de la opinión pública.

En Guatemala las redes sociales hicieron énfasis en que Will Smith había estado recientemente en el país, haciendo mofa al referir que sin duda se había contagiado aquí, pero el caso, ya visto en serio, es importante porque a todos nos puede servir para entender nuestras propias reacciones y actitudes y en este caso, aunque haya sido totalmente impropio el comportamiento del presentador Chris Rock, quien se burló del pelo de la esposa del actor, a quien se le ha caído por una condición médica, el que se terminó llevando la peor parte y todas las críticas fue quien más tarde recibiría la distinción como mejor actor.

Muchos habíamos visto la película King Richard que le valió el premio y apreciamos la forma en que supo hacer el papel de ese duro padre de familia que hizo de sus hijas, las tenistas Venus y Serena Williams, las mayores figuras del tenis femenino a lo largo de la historia, luchando contra viento y marea en tiempos en que ese llamado deporte blanco, por la vestidura tradicional, no era accesible a los niños de color de Estados Unidos, que aún teniendo la figura estimulante de un Arthur Ashe, no lograban abrirse espacios en los selectos grupos de competidores de élite.

Yo no soy de los seguidores de la entrega de los Óscares y nunca lo he sido, pero obviamente en este mundo de redes sociales la misma noche del domingo me enteré de lo que pasó y rápidamente pude no sólo ver el incidente sino también las reacciones que se dieron alrededor del mundo. Y entendiendo la molestia de Smith pensé en algo que muchas veces en mi vida he pensado sobre mí mismo, puesto que uno puede tener toda la razón para indignarse y hasta para encolerizarse, pero la forma en que uno maneja sus emociones y reacciona es lo que al final manda porque es casi automático el paso de víctima a villano, aún cuando uno haya sido sometido a una agresión, humillación o insulto.

Will Smith emitió luego un mensaje en redes sociales expresando su arrepentimiento por el uso de la violencia y pidió disculpas al comediante que le sacó de sus casillas. Nadie habla ni se refiere al “chiste” que dio lugar al incidente ni de la manera impropia que se usó para referirse a una mujer porque Smith, al dar rienda suelta al hígado, opacó la agresión verbal que dio inicio a todo.

En retrospectiva es fácil hablar de ese control de emociones que nos puede ser tan útil en la vida, pero con la sangre caliente cuesta mucho mantener ese cuidado, ese comportamiento que, obviamente, es propio de gente civilizada.

Artículo anteriorElogio del papel
Artículo siguienteLa autocalificación de Porras