Cuando por fin la Iglesia decidió enfrentar el problema de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes sin duda se produjo un cambio tremendo en el enfoque de un tema que durante muchos años fue metido bajo la alfombra, afirmando que quienes hablaban del mismo eran enemigos del catolicismo. Y fue precisamente el Papa Benedicto quien dio los primeros pasos en serio para asumir la responsabilidad que compete a la jerarquía en términos de un manejo transparente de un asunto que constituye una realidad que nunca se iba a resolver simplemente negando su existencia, revirtiendo lo que a lo largo de muchos años fue una postura institucional de negación posiblemente debido a un mal entendido espíritu de cuerpo sin analizar que ello encubría y alentaba a los depredadores que se sentían a sus anchas porque su impunidad se garantizaba por esa defensa a ultranza de la “imagen” eclesiástica.
Obviamente los pederastas no son ni han sido la mayoría pero eso no disminuye la gravedad de un problema que, a partir del Papa Benedicto, se ha empezado a manejar de forma distinta, lo cual reduce el campo de acción de aquellos que pervierten su papel de pastores.
Y ahora, cuando el Pontífice está retirado, se publicó un trabajo de investigación realizado en Alemania en el que se hace ver que durante los años en que él fue obispo se dieron algunos casos en los que, como era tradición, la jerarquía encubrió a los actores en esa equivocada visión de que negando los casos se protegía la imagen de la institución, de la Iglesia en general, sin entender que precisamente esa postura de la jerarquía era la que daba rienda suelta para que los abusadores hicieran de las suyas, confiados de que cualquier denuncia sería literalmente tapada con la idea de que lo más importante era preservar la imagen de la Iglesia, aunque ello causara muchas víctimas colaterales que resintieron la indiferencia de sus más altos pastores.
Benedicto XVI emitió un comunicado lamentando esas situaciones que se pudieron haber dado, trago amargo para un Pontífice que tuvo la entereza de cambiar la postura institucional que durante generaciones mantuvo la institución que llegó al colmo de considerar que cualquier denuncia que se hacía era una acción diabólica de enemigos que querían destruir a la Iglesia, sin dejar espacio alguno para reconocer que existía un problema que se extendía y proliferaba en medio de esa cerrada postura.
Hoy en día el tema dejó de ser tabú y se aborda con seriedad lo cual no sólo permite ir limpiando al clero, sino también resarcir y compensar a quienes fueron víctimas de esos comportamientos abusivos y eso se debe en gran medida al temple de un Papa que supo entender la situación y que se dio cuenta de las consecuencias gravísimas que había tenido la secular postura de ocultamiento de una actitud criminal.
Hoy la gente entiende que es un problema que se encara de forma distinta y eso, en gran medida, es mucho más efectivo para la imagen de la Iglesia que la anterior actitud de encubrimiento.