Se multiplican las reacciones de asombro y preocupación por situaciones y virajes que se vienen dando en América Latina y que algunos consideran “peligrosos” o simplemente catastróficos, pero que tienen el origen común de que son reacciones a la forma en que se comportan los políticos y sus aliados que los financian para llegar al poder, abandonando el sentido de trabajar y promover el bien común porque les resulta demasiado rentable la componenda que les permite amasar fortunas que tienen que guardar en abultadas maletas porque, siendo tanto pisto, hasta les cuesta lavar el dinero.
Lo último es el que ya llaman “caso peruano” en el que un candidato al que se considera advenedizo gana con una propuesta de izquierda que se considera trasnochada y muchos se rasgan las vestiduras sin entender que todo ello es una reacción de grandes segmentos de población, frustrados por el abandono al que se les ha sometido de manera inmisericorde. Anticipan que sus ideas políticas le harán fracasar, como si las que sostienen sus adversarios les hubieran hecho triunfar y hubieran significado algo para esos pueblos despojados hasta de la esperanza.
Todos los regímenes de izquierda de América Latina tienen su origen en el fracaso de sus adversarios y, peor aún, en la corrupción que se convierte en el objetivo esencial de segmentos poderosos que se asocian para acumular mutuos beneficios a costillas del hambre y necesidad de la gente, peligro del que ni la izquierda ni la derecha se salvan. Finalmente resulta que los movimientos pendulares que vemos no son tanto ideológicos sino provocados por el hartazgo de poblaciones enteras que resienten la forma en que han sido gobernadas.
Unos pueblos reaccionan antes que otros pero, finalmente, todos terminan haciéndolo porque se cansan de tanta corrupción que tiene costos tan altos en términos de sepultar las ansias de mejora y superación de millones de personas. Por eso es que sorprende tanta expresión para rasgarse vestiduras cuando es tan fácil entender que se trata simplemente de reacciones naturales que son totalmente lógicas porque nadie se puede resignar a ver pasivamente la forma en que los fondos que debieran usarse para la promoción del desarrollo humano terminan en bolsillos o, mejor dicho, en las maletas de los pícaros que no son solamente los políticos de turno sino también los que alimentan y sostienen el sistema perverso en el que pueden lucrar más.
La insolencia de grupos que creen que el silencio del pueblo es una tácita aceptación de sus prácticas de saqueo los hace perder la perspectiva y por eso se muestran sorprendidos cuando hay una reacción ciudadana que no se veía venir. Y van destruyendo las instituciones, aquellas que en momentos de angustia podrían servir para garantizar libertades y derechos, sin entender que cavan su propia tumba.
En Guatemala no se plantea una sorpresa de ese tipo porque se insiste en que el nuestro es un pueblo aguantador que se acostumbró a vivir con la corrupción y el irrespeto a la ley. Pero así como puede haber reacciones inesperadas y explosivas, puede haber crecimiento silencioso producto de la organización que resulte dando una “campanada” que obligue a muchos a irse con su música a otra parte.