La evasión es un prominente rasgo romántico y de la literatura en general. Pero no inútil y caído graciosamente del cielo, sino plenamente justificado en el devenir de las búsquedas y credos de la Estética.
Por un lado dije antes, el artista romántico intenta hablar desde la cima perfecta de una libertad absoluta. Nadie puede ni debe encadenarlo. No estará sometido más que a los impulsos desbordados de su mundo sentimental y, desde ahí, podrá decir y expresar lo que desee, una vez el fin sea encontrar la verdad y la belleza. En ello es igual al modernismo de Rubén. Esta premisa lo pone primero en el papel de acusador y de victimario. Pero pronto la sociedad se vengará de sus desmanes y excesos al querer asumir como cierto y verdadero el principio utópico de la libre emisión del pensamiento (y del sentimiento): lo amordazará y lo mandará callar. Y de aquel rol de Prometeo heroico que desea entregar el fuego de la verdad a los hombres, pasará (también como el dios trágico) al de perseguida víctima que sufrirá cárcel, miseria, hambre, enfermedad, como la han sufrido y soportado los auténticos románticos (literatos o políticos) desde Byron y Pepe Batres, hasta Baudelaire (aunque también fuera simbolista) pasando con no menos legitimidad a Otto René Castillo, mártir romántico si los hay. Porque el romanticismo y la libertad que conlleva se puede dar en el mártir del Gólgota y los mártires del cristianismo. ¡Todos sublimes orates!
Por otra parte, el romántico busca o ama el dolor (como en el caso de Schopenhauer) porque sabe que es el único camino hacia la verdad. Pero cuando éste es acusado en demasía por la sociedad –siempre indiferente a las luchas artísticas y filosóficas o claramente enemiga de ellas y del artista y del hombre de pensamiento como Cristo- entonces (y como mecanismo de defensa psicológico y estético) se lanzará en pos de la evasión que puede ser locura, esquizofrenia, psicosis.
El éxodo hacia la evasión no es pose (posturismo) a lo decadentista, a lo modernista o a lo hippie. Es imperiosa necesidad en que el dolor y la angustia ahogan por la represión político-social que se encarniza sobre todo en torno al poeta romántico (del siglo XIX o de cualquier tiempo) con dedicación especial.
En el momento romántico –propiamente dicho- esto es durante casi todo el siglo XIX, cuando los niveles represivos suben y la libertad de emisión del pensamiento lejos de ser posible es amordazada, el artista de entonces buscó la Historia, la leyenda, el misterio o las tradiciones como refugio y evasión donde pasar la dolorosa persecución social. José Batres Montufar encontró este alero cuando redactó sus Tradiciones de Guatemala (y yo “Costumbres de Guatemala”) con las que por un lado evadió la represión social y, por otro, y utilizando un rasgo muy típico también del romanticismo (el humor y la ironía) de alguna manera continuó verdaderamente beligerante contra el sistema establecido. Porque, además, el artista o el escritor romántico es subversivo o transgresor por excelencia.
Sin embargo, no todos los artistas románticos evaden (en un momento insoportable) el dolor. Otros se sumergen sensualmente en él. José Batres Montufar también tiene esa impronta. Y esa es la otra cara del dolor, en él, cuando escribe el “Yo pienso en ti”. Donde todo rasgo de humor y de ironía se borra (Que afloran, en cambio, en “Tradiciones de Guatemala”) para sentir –en el “Yo pienso en ti”, en cambio- el fuego del sufrimiento como en una especie de purificación y catarsis que abrasa.







