L’art pour l’art: el romanticismo
Muchas veces hemos visto escrito un postulado que de primera intención –o a la primera lectura- no nos dice casi nada y que incluso asume cierta característica de absurdo aparente. Esto es l’art pour l’art: el arte por el arte.
Cuando los románticos se propusieron (tanto en el contexto de sus doctrinas estéticas como en la práctica de sus ideas) rebasar las limitaciones de la “vieja filosofía” que quizá había alcanzado su más alto viso con Kant (en cuanto a racionalidad, sistema, método y sentido orgánico) y señalaron para el efecto un alto a la limitada razón, que con sus auto exigencias rigurosas se encadenaba a sí misma, otorgaron, en cambio, a la fantasía, a la imaginación y sobre todo al sentimiento y a la emotividad, absoluta libertad para que, con las alas abiertas al cielo que desearan, buscaran –sin limitación alguna- la verdad, el ser y el sentido de la vida.
En ese momento nace el postulado de L’art pour l’art: el arte por el arte que quiere decir: permitir al arte que sin más recursos que los propios (sobre todo la forma) busque respuestas a las preguntas eternas. No coartarlo, no limitarlo, no exigirle que sea de esta o de otra manera en su conducta hurgadora y pescadora del ser. Y menos y nunca obligarlo a que preste servicios a otra ciencia, a otro quehacer, a otra disciplina para que ilumine o ilustre o amplíe lo que otros dicen. Porque él puede decir por sí mismo, mostrar por sí mismo. Puesto que como brota de la emoción y del sentimiento es ilimitado cuando invoca al mundo onírico.
Desde luego, la postura de “el arte por el arte” siempre ha sido (casi desde el momento de su nacimiento) discutida, negada y hasta ridiculizada. Y puesta en cierta clave de ironía por aquellos que ven en el romanticismo no un serio sentimiento y pensamiento que emergió del seno de un serio discurrir filosófico (o antifilosófico) sino más bien contemplado y juzgado como “pose” trasnochada, descabellada y absurda de un grupo de bohemios y artistas medio orates.
El arte por el arte –contemporáneamente- se juzga también como una evasión o como un no estar en la realidad (nacional o social) por quienes asumen la actitud del viejo clasicismo racional (aun cuando aleguen modernidad y progreso) al exigir que el rol del arte debe ser comprometido (con una causa política, por ejemplo) o debe estar al servicio docente o didáctico de un grupo para la difusión plástica, poética o teatral de las ideas que la agrupación política o docente intenta desparramar.
La filosofía misma del materialismo histórico y el materialismo dialéctico –desde su altísimo sitial de seriedad y rigor tan exagerado a veces- no vio con ojos complacientes aquel golpe de Estado que los filósofos románticos dieron al tradicional fuero de la razón en el contexto de 25 siglos de filosofía en Occidente. Concedieron algo –pero no mucho- en torno a este vuelco total de conceptos y categorías (tamizados por la emoción y el sentimiento) que intentó el “primer romanticismo” (el alemán sobre todo) al permitir que brotaran más tarde movimientos parecidos o consanguíneos como el vitalismo de Nietzsche y el existencialismo de Kierkegaard o Sartre.
Siempre se habla de la libertad como elemento principal del movimiento romántico. Pero la médula de ello radica en el postulado de L’art pour l’art, puesto que es de allí de donde arranca toda posibilidad de acción libre y de búsqueda no encadenada, no comprometida ni al servicio de otro quehacer que no sea el arte mismo. Significa por primera vez en la historia, dignidad de autonomía y de soberanía y de mayoría de edad para el arte. Y ello es conquista del romanticismo literario, artístico y filosófico.