Son las plumas de Tecún las plumas del quetzal, el verde sueño de una historia más bien urdida en la “Recordación florida”. El testimonio de un capitán desnudo que quiso matar al hijo del Capitán de Extremadura mediante la magia de los nahuales, de los encantadores, de los zahoríes, de los magos y de los brujos.
No fue una batalla singular de dos varones por un trono o una doncella. Fue la batalla en que Tecún se vistió de pájaro encantado, de volante jade, para confundir la mente de Pedro de Alvarado. Sin embargo, como la magia no hace mella en corazones de hierro y como la belleza de una joya voladora no encanta ni fascina a las almas vestidas de armaduras, el hechizo falló, fallo el encantamiento y el Adelantado hirió el espacio con una lanza de platino que derrumbó las estremecidas plumas de un ave que es pura hermosura del aire, broche y prendedor en el follaje de la ceiba.
Contra el hierro y los arcabuces que escupían rayos y centellas, los pechos fuertes de los indios eran como un biombo de seda. Había que recurrir al ardid, a las mágicas cerbatanas, a los sueños del pájaro volador. No se podía luchar contra centauros.
En el aire, como aéreo arpón acuático Alvarado traspasó ensueños y derrotó hechicerías. Un hombre y un ave quedaron en un libro de historia para recordación florida. Un hombre y un ave que regresarán de Xibalbá con la magia renovada. Ahora de palabras. Ahora de voces y exigencias. Ahora, verde y dura como el jade.
Tecún Uman ¿un invento de la “Recordación florida”, una leyenda para rescatar encomiendas, una piedra altiva para fundar pueblos de indios? Un brujo como Ixpiyacoc o como Ixbalanqué capacees de reinventar la Historia, capaces de derrotar arrogancias como las que brotaron podridas en el regazo de Vucub Caquix, la guacamaya altanera, la de ladina soberbia.
Tecún Umán –rey sin reino en el “Popol Vuh”- príncipe renacido en los libros de los criollos. Pájaro deslumbrante, magia que derrota a la ciencia y a la avaricia de los conquistadores.
II Pedro de Alvarado.
Bajo el peto de acero un corazón inmutable. Bajo el casco de fierro, un alma y un cerebro insensibles (como las rocas de Extremadura) un rostro de hielo azul y una cabellera al viento a veces de fuego, a veces de oro. Un cuerpo tallado en el mármol más puro y gélido de Carrara que era coraza y era cota de malla, tramada entre la sangre, urdida entre los huesos. ¡Dispuesto a todo! A todo porque venía de Badajoz, a todo porque venía de Extremadura. A todo porque venía de España –tierras de Alvarado- donde sólo sobrevivía el cachorro de tigre, el más fuerte, el menos sentimental, el que fuera capaz de poner mayor gesto de odio, de reto y de violencia. Tierras donde los hombres prueban que lo son cavándolas y abriéndolas en canal y haciéndolas germinar como si de hierro fueron hechas. ¿De qué otro sitio de guerreros podría venir Pedro? Sólo extremadura puede dar tamaños halcones, tamaños alcotanes, águilas de tremendas garras para el oro y para arrancar de un tajo el corazón de los señores de Utatlán ¿cuna de Tecún?, en la pira implacable que fue su tumba y el de su memoria.
No había venido al mundo para labrar la tierra ni para orar descalzo en conventuales lozas. Traía en sus venas la ambición, el triunfo y el crimen. El Emperador abría un selva para ejercer el ministerio del miedo: América y Tecún inermes y Alvarado tenía firmes las entrañas de hiena, listas para escindir inclementes el cuerpo de Guatemala, para romper el cristal de su transparencia, para inaugurar el corral de muertos, el terror de Estado, nuestro inmenso cementerio clandestino y los desaparecidos. Con él llegó la era de la muerte, el final de los tecunes y de los cerbataneros, el derrumbe de Tohil. Con él llegó la osamenta de la “Patria del Criollo y la leyenda de Tecún.