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José Batres Montúfar vive solamente treinta y cinco años. Y estos transcurren en el contexto total del romanticismo tanto europeo como americano. Aunque como ya indiqué ese movimiento se prolonga en Hispanoamérica hasta 1890 más o menos y hasta más.

Así pues, para la comprensión y análisis de su obra que en concreto calaré hasta el final de estas columnas sobre Batres, conviene presentar un panorama de esa escuela que intentaré redactar de la manera más original (hasta donde la oscuridad y profundidad del tema lo permite) con el fin de ofrecer no una repetición de lo que ya otros han dicho sobre este asunto, sino algo de mayor novedad y que corresponda a las aspiraciones de la nueva crítica literaria ¿de Guatemala?, de cara a las últimas generaciones.

El romanticismo confrontado a los demás estilos artísticos.

Renacimiento contra barroco.

Neoclásico (la Ilustración) contra romanticismo.

En el enfrentamiento dialéctico de estos dos pares de estilos, muchos han visto (Worringer, Wolflin, Hauser) la mejor forma didáctica (entre otras sugestivas ideas) para poder explicar cada uno de ellos.

Pero yendo más allá y asumiendo una postura analítica quizá bastante audaz, en mi concepto podrían –los cuatro– sintetizarse en un solo par. Cuyos signos no harían referencias a corrientes artísticas, sino que encontrarían identidad y nombre en los dos grandes polos en que la mente se divide: razón versus emoción. Cuya dicotomía no alude solamente a la mente del hombre sino a la vida misma y a la sociedad entera.

De esta manera se podría hablar de “épocas históricas”, de culturas y de estilos artísticos en que una de las dos ha predominado sobre la otra. Y mientras una ha sido exaltada, la otra ha sido vista con desdén.

Dentro del campo de los estilos artísticos podríamos decir, por tanto, que la emotividad, o sea la emoción impera más en unos que en otros. Aunque de suyo toda obra de arte pertenezca (por derecho propio y estirpe) al área de la mente humana que conocemos con el nombre de mundo de los afectos.

Ahora bien, a lo largo de la historia del arte podemos observar (como ya he comenzado a plantear) que en unas tendencias tendrá suprema carga la emoción y en otras más la razón, lo didáctico, lo docente. Aunque la matriz emotiva (remota o cercanamente) dé sustentación a todo el arte y la literatura que son lo mismo en su origen.

El gótico, el barroco, el romanticismo y el surrealismo o el realismo mágico van a ser escuelas estéticas en que la carga emotiva y la exageración formal tendrán un imperio absoluto. Mientras que en el renacimiento, el neoclásico (la Ilustración enciclopedista) y en el clásico antiguo o propiamente clásico (clásico por excelencia) la carga racional y didáctica va a percibirse de inmediato por sobre lo emocional.

Sin embargo, la gente en general comúnmente identifica el romanticismo y llama romántico o romantiza, a ciertas expresiones propias del siglo XIX, no siempre de calidad y, lo que es peor, a muchas expresiones baratas o sentimentaloides que saltan en todos los tiempos y que quizá en nuestros días tal manera de sufrir y de sentir lo acaparan las telenovelas y series (y miles y miles de películas) que algunos encuentran muy “románticas”. Habría que revalorar el término romántico y romanticismo mediante otros nuevos y brillantes.

Se impone una aclaración: El surrealismo (o superrealismo como lo llaman otros) no es romanticismo o barroquismo en sí. Porque si así fuera no habría ni desarrollo ni novedad en las artes. Pero constituye un grado superior –más rico o más matizado del romanticismo– que ya tocó a su fin con ese nombre y como tal y al que perteneció José Batres Montúfar.

Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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