La vía romántica de José Milla es la de recrear y volver a dar vida al pasado colonial y a sus gentes fallecidas acaso siglos atrás. Algunos interpretan, además esta modalidad romántica, como afán de evasión de la realidad inmediata al escritor (que el poeta o el novelista no quieren ver en compañía de sus contemporáneos por la crueldad de la vida cotidiana) y un internarse por tanto en el ayer: en la historia o tal vez en la fantasía total (como Hoffman o los hermanos Grimm) o en leyendas de aparecidos y hechos criminales (que comienzan a germinar ya con los textos de misterio de Edgar Allan Poe que posteriormente dará paso a la novela policial tan de moda hoy). Pero bueno, todo cabe en lo posible y digamos que esa es la fuente de donde mana el género negro en el que cabe de todo, hasta el criticismo social.
Esta es otra de las vías, registros o vertientes del romanticismo que persigue Milla: la narración de hechos o historias violentas, criminales, sórdidas que con su siniestro narrar arrancan al lector de su realidad inmediata y lo llevan (de la mano del suspense) hasta la pura fantasía del crimen o el delito donde el “malo” es perseguido y el “bueno” (representado por la autoridad o la policía) logran hacer “justicia”, como en “Los miserables” de Víctor Hugo, escritor romántico si los hay. O si se quiere, en “Crimen y castigo” de Dostoievski.
En sus novelas históricas Milla encuentra el nudo o meollo de la narración por ejemplo en la intriga política: un Visitador con poderes absolutos de la Corona que ha sido enviado a la Colonia para tomar cuentas y formarle proceso al capitán general. Y en sus novelas semi realistas: un hecho criminal, un asesinato pasional o la investigación del origen de un personaje cuyos padres se desconocen como en la apasionante “Historia de un pepe”, estructura en la que elásticamente podría caber hasta “Edipo, rey” de Sófocles.
Por supuesto que Milla maneja de manera magistral los ingredientes que han de mezclarse en la fórmula del suspense tradicional del siglo XIX. En ello es romántico de pura cepa. La intriga política (en la novela histórica) mantiene al lector casi alucinando: los pasos de un crimen y el descubrimiento de un criminal, hacen que el lector no abandone la lectura hasta llegar a la última página de la novela por entregas. Hechos muy diferentes ocurren hoy con la novela que ya no es de papel sino electrónica o por Internet. ¿Podrá crear el mismo suspense? ¿Y los lectores presentarán la misma devoción de la primera a la última página o el abandono de la lectura será frecuente? Estos son actos que mi futuro por efímero ya no podrá ni ver ni contestar para mi bien o mal.
Dados los ingredientes y rasgos enumerados arriba, Milla acaso sea el correspondiente de las telenovelas o de las series por más calidad que presenten y que arrancan suspiros y lamentos a empleadas y señoras en las interminables tardes de nuestros inviernos que con su neblina y sus nublados invitan al melodramatismo y a la nostalgia.
Uno de los principales rasgos del arte es su capacidad de entretención. El arte debe entretener. Ayer, hoy y siempre el espectador (ante una novela o una película artística) debe encontrar entretención. Naturalmente que mayor entretención que la que se halla en un partido de fútbol.
Los juglares entretenían a las gentes de las villas por donde transitaban contándoles hechos heroicos, legendarios o históricos. O, bien, recitándoles un poema amoroso con argumentos para que las villanas suspiraran toda la tarde y vieran feo y maloliente al Sancho con que todas las noches compartían el tálamo, calentado por cerdos y vacas con las que vivían en comunidad. Aquellos juglares son el antecedente de la literatura en general y de la poesía por más sublime que sea. Milla se ve en aquellos espejos y juega en cierto modo el mismo papel que aquellos que generaban el mester de juglaría (que el de clerecía es otra cosa) y entretenía por villas y villorrios medievales o iniciáticos del Renacimiento. Los roles han cambiado o variado pero no tanto.