Aunque atrasada estilísticamente respecto de Europa, la novela histórica de José Milla y Vidaurre corresponde a su tiempo y a su espacio. Corresponde al movimiento romántico del que toma pie y en el que se inserta (como ya he dicho) con todo derecho. El romanticismo termina en Alemania y Francia hacia 1830. En España acaba aún más tarde y en América es aún más prolongado. Cuando Milla lo cultiva, casi todo el mundo culto (de los dos continentes) está ya contemplando la aparición de la novela realista-naturalista que es el movimiento y estilo próximo inmediato que se opone al romanticismo.
Desde el punto de vista de los sociológico y de los político, “Tradiciones de Guatemala” de José Batres Montufar (pese a su mayor antigüedad) es una obra de más juventud y garra que las novelas romántico-históricas de Milla: “La hija del Adelantado”, Los nazarenos” y “El Visitador”.
En “Tradiciones de Guatemala” –de Batres- la sociedad entera (ricos y pobres) salen en danza y sus integrantes son exhibidos con todas sus aberraciones y vicios. Pero esto no quiere decir que Batres Montufar haga una obra de orden naturalista y grotesca ¡no!, de ninguna manera. Realiza la crítica social con mucho donaire, gracia y fina ironía, pero en ella caen (y son juzgados con objetividad inmisericorde) diputados, congresistas, presidentes, damas de la alta sociedad y hasta socarronamente el señor de pro y de buena familia que no hace otra cosa que visitar a nuestro Amo y beber chocolate después de las varias siestas que hace cada día. Recrea en esta forma un cuadro de costumbres, pero con buena y alta dosis de sarcástico humor y sátira mordaz, dirigida cáusticamente sobre todo a los aristócratas que duermen en la hamaca, mientras muchos brazos trabajan para ellos y los enriquecen.
Las novelas histórico-sentimentales de José Milla (aunque en abstracto de la misma calidad literaria que lo escrito por José Batres) no contienen en cambio en su territorio y fuero, ácida crítica social. Muy de cuando en cuando aparece en Milla y sus novelas románticas, alguna denuncia en torno a los indígenas y sus infames condiciones o del campesino. Y son, sobre todo, recreación de un mundo ya muerto en el pasado, pero muy vivo, en cambio, en quienes compartían el poder con Carrera: los hijos y nietos de los criollos y los españoles que gozaron de la encomienda.
Milla (si queremos ser complacientes y de manga ancha) fue víctima de las circunstancias y de la voluntad de forma artística romántica que todavía dejaba sentir sus efluvios (los finales que no fueron los mejores) en América. Pero víctima de las circunstancias ¡sobre todo!, porque si quería conseguir y tener un sólido cargo diplomático en el gobierno católico y conservador del Capitán general Carrera y Turcios, su obra artística debía ir acorde con el pensamiento del dictador y su corte aycinenista. De allí también que tampoco sus cuadros de costumbres sean excesivamente mordaces o sardónicos (como los del agresivo Larra en España) sino suaves y delicados como los bizcochos que las señoras conservadoras comían acompañadas de chocolate o té, en largas, ociosas y aburridas tardes de la primera mitad del siglo XIX en Centroamérica.
Algo de crítica hay, sin embargo, en los cuadros de Milla con toda la prudencia que ya hemos advertido en el “padre de la novela guatemalteca”. Y en dos o tres novelas suyas (subsiguientes a las histórico-sentimentales) buscando la escuela y el estilo realista. Se trata de “Memorias de un abogado” y “El esclavo de don dinero”, donde el autor de “La hija del Adelantado” ya no usa la historia colonial como fuente de sus asuntos narrativos e intenta hacer un poco de crítica social a veces ingenua, a veces tenuemente mordaz como en “El esclavo de don dinero” donde toca los linderos de la picaresca española y trata de condenar el valor excesivo que algunos dan al dinero y a los bienes temporales, (a las propiedades y a los altos cargos públicos donde medran) que inculcan la vanidad, la soberbia, la vanagloria y la protegen.