¿Qué otro género podía podría ser más adecuado en la época ultra conservadora de Rafael Carrera que la novela histórica, que en Europa se inspira en la Edad Media y en América en el período colonial, lapso que de muchos modos representaba Carrera y al que su partido conservador añoraba con marcada nostalgia? Y a ella con razón, picardía o casualidad se entrega José Milla y Vidaurre, esto es, al relato que conocemos como novela romántico histórico por sus enredos sentimentales enhebrados con la Colonia.
Comencé a contar cómo Milla y Vidaurre terminó por caer en los brazos de los conservadores (a los que alguna vez se opuso) y en las edulcoradas garras (cuando convenía) del capitán general Carrera. Lo que le ocurrió al padre de la novela guatemalteca es la triste y típica historia de tantos literatos latinoamericanos, filas que más tarde engrosó y con mucha avidez: Enrique Gómez Carrillo al devenir vocero del dictador Estrada Cabrera, modelo de Asturias. La Historia es a veces como un amargo rosario que se engarza con diversos eslabones.
Milla era de conocida y acomodada familia (lo que antes se llamaba gente bien) pero por haber quedado huérfano de ambos progenitores desde niño, vivía bajo el alero protector de sus tíos, que finalmente sintieron la pesada carga del sobrino arrimado y del que es obvio y natural que quisieran liberarse salido de la adolescencia.
También es natural que Milla sintiera, presintiera o intuyera los deseos y presiones de los tíos y que se experimentara a sí mismo como molesta carga. Así las cosas, el que llegaría a ser gran narrador sabía que desde muy joven tendría que conseguir un empleo y trabajar. Sus mismos familiares lo habían recomendado más de alguna vez al ministro Pavón y Aycinena, encargado de Exteriores y por lo tanto consumado conservador y eximio constituyente del aycinenismo.
Ya mencioné asimismo que Milla en su primera juventud fue liberal. Y es natural que así ocurriera pues de otro modo no habría experimentado la admiración que sintió por Pepe Batres quien con sus “Tradiciones de Guatemala” (cuentos en verso) “El Sermón” (al alimón con la Pepita) y otras obras ácidas y acres contra la sociedad conservadoras de su tiempo, había desafiado al medio y demostrado que en él los principios y credos irreverentes de la Ilustración no habían sido puestos en saco roto. ¡Muy por el contrario!
Quizá a la zaga de Batres, Milla y Vidaurre se lanzó a publicar (como digo, muy joven aún) un poema incendiario en contra de los conservadores y en favor de los liberales, a quienes de manera poco rigurosa y elástica podríamos llamar románticos y neoclásicos, según convenga.
Los conservadores engarzan mejor (se acomodan más) con el pensamiento romántico (que en algún sentido –a pesar de sus credos a veces libertarios- fue un retroceso a la fe, al espiritismo, a las supersticiones, a lo legendario, a las creencias falsas derrocadas por el iluminismo). Los neoclásicos, en cambio, realizan una feliz coyuntura con el pensamiento liberal del despotismo ilustrado –en los días de la Independencia- y después con el positivismo de la revolución de 1871.
Milla tuvo que decidirse. Los conservadores en el poder no le darían empleo si persistía en sus creencias neoclásicas y liberales (siguiendo la impía crítica de Batres Montufar) e insistía en escribir poemas denunciadores del oscuro conservadurismo y haciendo la apología de la ya vieja ilustración. Sin embargo hay que poner muy en claro que en algunas de las producciones que Milla dejó desperdigadas en varios diarios guatemaltecos se puede decir que fueron textos de cuño neoclásico, esto es, liberales. Están conformados por poemas didácticos y críticos al estilo un poco de Bergaño y Villegas o del liberal Batres Montufar. Con lecciones de afán moralizador (casi con moralejas al final) como el larguísimo verso “Risas y lágrimas” donde Milla insiste en cerrar con una conclusión didáctica.