Sigmund Freud era judío –de habla alemana– nacido en Viena. Herbert Marcuse, también judío, nacido en Alemania y de habla y obra realizada en la misma lengua y después en inglés. Y Engels de nacionalidad alemana –y no judío– principal colega y colaborador de Marx. Los dos primeros (de quienes hablaré ahora) se interesan profundamente por la figura del patriarca Moisés, el de las tablas de la ley, el de la religión monoteísta, el de Jahvé, el que rescató a Israel de las garras de Egipto y el que dio a los judíos (y a la larga a los cristianos y musulmanes) un nuevo código (represivo) de vida.
Freud escribe “Moisés y la religión monoteísta” (que en realidad es, veinte y cinco años después, la continuación de Tótem y tabú) en su exilio en Londres, después de haber sido rescatado de las cámaras de gas de los nazis, gracias a la intervención de Roosevelt y Mussolini, pues sin esa mediación es posible que hasta el mismo descubridor del psicoanálisis habría sido pasado por las armas del fascismo.
Pero lo más interesante es que, en el momento de la persecución y el exilio, se le exacerba a Freud el sentimiento nacional de raza, se siente judío, y se solidariza simbólicamente con su pueblo y religión escribiendo “algo” sobre quizá la figura más relevante del Antiguo Testamento: Moisés.
Es obvio que tampoco este nuevo texto freudiano podría resultar una apología ni una exaltación vana y complaciente de viejos valores. Como todo lo de él, también esta obra está llena de crítica, de perspectivas novedosas, de dudas y reclamos en torno a conceptos consagrados e indiscutibles.
Y por sobre todo no podría ser un libro de corte religioso (a pesar de que Freud por su edad y enfermedad se encontraba a las puertas de la muerte) pues como todos sabemos en una obra específica sobre este tema, dijo que la religión es una gran ilusión compartida. Un poco menos grosero pero igual de contundente que Marx-Engels quien dijo que la religión es el opio de los pueblos.
Sin embargo, en el contexto anecdótico histórico de “Moisés y la religión monoteísta”, llama poderosamente la atención la hipótesis freudiana acerca de que Moisés no era judío sino egipcio. Pues creo que esta es la primera vez que un judío se atreve a sostener esta idea, si nos acordamos con el tipo de cobija en que Moisés fue encontrado envuelto. Que no dejará de molestar a los hijos de Israel que siempre han creído que el fundador (físico) de su religión fue tan judío como Jesucristo.
Según Freud ni Moisés era judío ni su religión tampoco. Pues según él, ésta fue una de tantas religiones que se practicaron en el antiguo Egipto y su paternidad se debe al faraón Ikhnatón quien fue el primero en sugerir (en el contexto de la geografía de los pueblos orientales del Mediterráneo) una fe de inspiración monoteísta.
Tampoco resultan los judíos genuinamente israelitas (según el fundador del psicoanálisis) ni la práctica de la circuncisión ni el rechazo de los alimentos que provienen del cerdo. Pues ambas también eran costumbres del antiguo Egipto, en donde por tantísimos años los judíos estuvieron presos y esclavizados y de donde por lo visto parece que tomaron muchas de sus tradiciones.
Al margen de lo que teológica y religiosamente puedan parecer estas afirmaciones de Freud, en un sentido sociológico (y como hipótesis) son válidas. Por cuanto todos sabemos que nada en este mundo nace por generación espontánea. Ni siquiera las religiones ¿o acaso el mito de la Virgen Católica no es una derivación de la Atenea partenos? ¿Y el Buen Pastor no es una imitación del Moscóforo helénico?
Sin embargo es importante hacer hincapié en que lo medular de “Moisés y la religión monoteísta” no descansa en esto que he llamado “contexto anecdótico-histórico”, sino en algo mucho más profundo. En el hecho sobre todo de que en cierta obra (ampliación de “Tótem y tabú”) es donde Freud va a proyectar el sentimiento o complejo de Edipo hacia un margen y encuadre filogenético y ontogenético, esto es, en lo más importante de sus textos psicoanalíticos.