Marcuse aberra y pervierte el lenguaje y las metas filosóficas tradicionales. Rompe con la sintaxis y la estructura metodológica común y escolástica y se transfigura en una suerte de enfant terrible de la filosofía contemporánea, pues su pensamiento no tiene límite ni contención académica. Es libre. Completamente libre. Por eso en él hay un filósofo, pero también un poeta y hasta tal vez un creador de ciencia ficción. Pero ¿es que no fueron creadores de “ciencia ficción” Platón con “La República” y Tomás Moro con “Utopía”?

Sin embargo, este salto audaz y libérrimo, para encontrar el origen y la causa del hombre y la filosofía en el lado opuesto en que el idealismo la había estado ubicando (pero sin ser el lado opuesto del materialismo) constituye para mí incluso un trascender a la ciencia ficción y a la poesía.

Esta increíble “localización”, este ver a Eros como causa del Ser o el Ser mismo, no lo hubiera logrado realizar y crear Marcuse sin la ayuda de Freud. Fue este el primero en ver la sexualidad (porque en esencia en Eros hay más sexualidad que amor ya que en cierto sentido el amor sería sexo sublimado) como origen, causa y razón de todo, del cosmos. Y cuya energía (la libido) más fuerte y vigorosa que ninguna otra (y tal vez la única) es capaz de mover todos nuestros intereses y voliciones.

Porque el hecho real es que aun las cosas y actividades aparentemente más alejadas de Eros (como la Economía o el trabajo) nacen precisamente de su negación. Y este es el mejor y más grande descubrimiento freudiano.

La economía, el trabajo, la explotación, etc. aparecen en el instante mismo en que la sensualidad, la sexualidad y Eros (en general) comienzan a ser reprimidos. Sin la negación de Eros el trabajo (y por lo tanto la explotación) no habría surgido a la faz del mundo.

El trabajo (que resulta el envés, la contra portada de nuestro mundo erótico y con él, el confort y la civilización) aparecen para enajenar a Eros y para enajenar al hombre. Sin embargo, gracias a esta enajenación, la cultura fue dada a luz. ¿Pero ha valido la pena tal sacrificio y enajenación? ¿Estamos contentos o disconformes? ¿Hay un bienestar general o existe un “malestar en la cultura”?

La verdad es que nada está bien (OK) en este mundo. Y esta es la realidad que los existencialistas fueron capaces de ver desde finales del siglo XIX y principios del XX: El mundo está mal, la gente está amargada, la náusea es general, el malestar en la cultura es evidente e indiscutible a menos, acaso, que nos entreguemos fieramente a la fe.

Quiere decir, entonces que los tres o cuatro mil años de represión sobre Eros no han servido más que para crear una civilización que excusa la explotación (esto es, el trabajo) en aras del gran confort que algunos disfrutan y de los accesos a la educación que a unos pocos se ha otorgado. Pero la realidad es que hasta el momento en ningún tipo de sociedad (a todo lo largo de la Historia) le ha sido dado satisfacer los anhelos y expectativas del hombre a cabalidad.

Entonces, lleguemos a la conclusión de que la represión de Eros ha sido inútil o, por lo menos, parcial y no equitativa. Esto es lo que muy poéticamente plantea Herbert Marcuse en “Eros y Civilización, una revisión de las ideas de Freud”, cuando analiza profundamente los mecanismos de Eros frente al capitalismo voraz y de cara a otras estructuras económicas que han aparecido a lo largo de la Historia. Y al desconstruir y presentar la necesidad de que Eros sea el arquetipo de la cultura en la nueva sociedad, que él ve como la sociedad estético-erótica y que es lo que yo estudio a fondo en mi tesis de graduación: “la nueva sociedad estético-erótica”, que deja atrás al capitalismo, lo supera y lo humaniza.

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