Por convencimiento y estilo propio Freud siempre asumió la sencillez en sus escritos, aunque para algunos lectores no lo son. De allí que hasta en el título de sus obras más famosas utilice palabras corrientes como “malestar” en vez de otras más rebuscadas, encorsetadas, pero quizá menos expresivas.

La palabra malestar que emplea para titular “El malestar en la cultura” se opone a “estar bien” o estar okey, como dicen muy modernamente los transaccionalistas en el contexto de su técnica analítica. Y ello desde luego no es casual.

“El malestar en la cultura analiza muchísimas instancias de la civilización, pero quizá fundamentalmente (como su mismo nombre lo dice) ese malestar que el hombre actual experimenta casi permanentemente y que se podría traducir por angustia, ansiedad, sentimiento de culpa, miedo a perder la estima de los otros o el amor del prójimo y temor también a perder  el prestigio social y la protección de personas, instituciones y símbolos que lo apartan de muchos peligros, inseguridad o vaivén social, que algunos engloban en la cómoda palabra estrés.

¿Pero por qué el hombre experimenta ese malestar que se traduce de tan diferentes maneras y sensaciones y que nos convierte en seres permanentemente desgraciados?

De acuerdo con Darwin, Freud cree que el hombre no solamente ha tenido que frustrar su mundo erótico en aras de la cultura sino, también, su capacidad de agresión, agresividad y crueldad que lo emparientan con la fiera. El hombre se ha vuelto “dulce”, llevadero, flexible, dúctil y adaptado a las exigencias de los poderosos, de los más fuertes (que lo protegen y lo aman) pero contra quienes desarrollan odio y amor a la vez. Estos “más fuertes” son al principio los padres. Pero después y a lo largo de la vida cualquiera que detente papel de autoridad.

Por convicción social y cultura el hombre sabe o cree que debiera sentir sólo amor hacia los más fuertes. Pero estos, aunque le han dado cariño y protección, a la vez lo reprimen (como los señores con los siervos de la gleba) y es lógico que el hombre genere hacia ellos también hostilidad.

Hostilidad que está prohibida y que no puede ni debe directamente dirigir al objeto de su odio-amor, por principios y postulados sociales y civilizadores. Ante la imposibilidad de enfilar su agresividad adonde debe, esto es, hacia quien ama, pero también odia (porque aunque lo protege lo reprime) el hombre vuelca su odio-amor-hostilidad sobre sí mismo y ello es lo que Freud llama el malestar (estrés) que es culpa o autodestrucción, pues ante la imposibilidad de destruir mundo afuera, destruye (o autodestruye) mundo adentro. Acaso las guerras (p.ej. Irán vrs. Israel y demás) sean otra forma del mismo fenómeno.

De allí se deriva la permanente angustia, la molesta ansiedad que día a día nos destruye enfilando la fibromialgia al dolor insoportable, muchas de las enfermedades psicosomáticas y la neurosis en general que no es más ni menos que la representación de nuestros conflictos frente al mundo, frente a la naturaleza y frente a los que nos reprimen, aunque digan que nos aman o finjan amarnos.

Por ello es que (curiosa, paradójica y pasmadoramente) a veces odiamos precisamente a quien más amamos: por su coerción. Y como tal acto o pensamiento se nos ha dicho que es monstruoso y desnaturalizado, nos produce más culpa y mayor malestar. Por cuando nos sentimos auténticos degenerados (o quizá perversos) por odiar lo que más queremos, pero es que también lo que más amamos es lo que más nos esclaviza: padres, esposa, hijos, autoridades. Y allí radica el círculo vicioso de “El malestar en la cultura”.

Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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