Recuerdo que durante mi infancia escuché muchas veces a contertulios de mis padres (y a éstos también) que uno podría suicidarse presionado por la lectura de las novelas del colombiano como “El huerto del silencio” o “Alas de quimera” y que de hecho se sabía de algunos lectores que después de recorrer sus modernistos textos se habían quitado la vida exhortados por la famosa frase del bogotano: “Cuando la vida es un martirio el suicidio es un deber”… que hoy me hace sonreír de buena gana no solo por el corte modernista y lírico de la proposición (casi cursi) sino también  porque ¿qué vida consciente no es ya martirio?, ergo, muchos podríamos haber atentado ya contra nosotros mismos.

Nadie ni Ionesco ni Arrabal ni Unamuno ni Kafka (y ni siquiera el “feroz” Vargas Vila de mi niñez) han escritor una obra tan completamente “negativa” como la de Beckett. ¿Pero es negativa o es la verdad? Porque si la verdad es negativa quiere decir que la literatura positiva (aquella que gotea y está llena de esperanzas) es una gran farsa. Es una especie de celeste alucinación con la que queremos vendarnos los ojos para no conocer los horrores de la verdad. Y la verdad es que yo no conozco ¡buenos!, escritores positivos, esperanzadores y edulcorantes. Casi todos los buenos son amargos, acres, ácidos y desgarrados. Unos más otros menos. Porque no hay arte (dentro de las bellas artes) bonito. Eso solamente dentro de la masa inculta que perfectamente puede pertenecer a la aristocracia. Masa no quiere decir pobreza económica sino de espíritu, de profundidad. Sócrates era un hombre bastante pobre pero riquísimo en inteligencia.

El negativismo de Beckett no es para la masa. Pocos están en realidad llamados a entenderlo. No sólo porque hay que bucear demasiado sino que ese  buceo (como en el psicoanálisis) desgarra. Y desgraciadamente el hombre común

Se guía únicamente por el señuelo del placer (no quiere abandonar su zona de confort) y huye de cualquier cosa que pueda abrirle un camino hacia el dolor existencial. Pues ignora que solamente en el dolor se encuentra la purificación (catarsis) y que el encuentro con ella resulta ser el placer de los placeres estoicos, aunque para toparla se desgarre uno toda la vida.

Los positivos, los religiosos, los esperanzados (y la masa en general) echarán una palada de desprecio sobre autores como Beckett y adornarán sus lecturas con libros oliendo (de cerca o lejos)a best-seller, porque lo más crudo de Beckett puede desbaratarles su mundo de barajas y sus castillos en el aire defensores de imposibles. Beckett no miente y las masas están acostumbradas a la mentira, al ensueño, a la alucinación positiva. Especie de locura acordada, de juego convencional en que lo alienado tiene apariencia de verdad. Mientras que en Beckett la verdad tiene apariencia de locura por desbocada, por descarnada ¡por adulta!

En “El despoblador”, por ejemplo, Beckett nos habla de un mundo como cilindro en la que los habitantes no viven en el exterior sino dentro de la figura geométrica. Como si en vez de vivir sobre la Tierra (como lo hacemos) viviéramos en sus entrañas, sin ver la luz, ni el sol, ni nada. Sólo a los otros y al interior del cilindro del cual se nos ha dicho que podríamos salir, pero empresa que ninguno ha logrado pese a que durante siglos los habitantes del cilindro hay construido escaleras (lo más altas posible) para lograr emerger, pero infructuosamente.

¿No es esta la desesperada visión de Platón aunque con apariencia de esperanza de una teoría del conocimiento cuando nos describe el mito de la caverna? ¿O la imposible penetración a “El Castillo” de Kafka? ¿O las terribles visiones alucinadas de “El Infierno” de Dante?

No solamente Beckett describe la vida como un cilindro de nada. Vemos que otros lo han hecho de factura variopinta. Lo que pasa es que en él la descarnadura es total, la desesperanza se revela con luz absolutamente blanca. La mentira no encuentra parapeto posible. Es una corrida de toros donde el torero no tiene burladeros.

Sin embargo el gran burladero de Beckett son sus textos mismos. En hacerlos encuentra una justificación, un sentido a la vida. El poema es una forma de contraste con otra dimensión de la nada. En el que la nada por obra y gracia del poema se transustancia en creación, en algo. La posibilidad de suicidio se esfuma aunque en buen parte el “poemar” de Beckett sea un filosofar sobre el suicidio.

Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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