Alguna vez el hombre caminó en comunión con la naturaleza, era íntima y entrañable parte de ella. Entre los dos no se podía hacer diferencias sustanciales. Como no se hace entre el león y la selva, la oveja y los huertos, el pez y los mares. Como las demás especies, se acomodaba y ajustaba a su medio y en él permanecía sin rebelión, sin angustia trascendental, sin conciencia sobre la muerte como principio o como final.
Pero esta integración fue rota a partir del instante en que el hombre utilizó por primera vez sus manos a manera de herramientas (no sus patas ni sus garras) y un lenguaje para modificar e inventar el mundo, que es lo mismo que decir el instante en que accedió a la razón. Algunos llaman a este hecho: Pérdida, expulsión y salida del Paraíso y así se explica el fenómeno cuando recurrimos al mito y a los libros sagrados que nos hablan del Edén.
Acceder a la razón constituyó para el hombre tanto una bendición como una maldición. Echó al salvaje de su corazón, pero este no salió de inmediato, mi ha salido todavía… Algunas veces para su ventaja y otras para su desgracia. Sacó a la bestia y a la fiera de sus entrañas, pero ellas aún se empeñan en permanecer dentro de sus vísceras, entronizando un conflicto que no termina y que ha arrastrado al ser humano por la amargura, la inconformidad y la des adaptación.
De hecho, el hombre, ¡todo el hombre!, es un héroe frente a la batalla que libra contra su propio ancestro bestial. Vencerlo es una lid que sostiene durante toda su vida y a lo largo de toda la Historia y a lo largo de toda la especie. No ser criminal sino honrado. No ser asesino sino amar. No ser despótico, sino ejercer la ternura son alguna de las meta agotadoras que se propone ante la vida y de las que no siempre sale victorioso, Más bien cae en el fracaso ¡muchas veces!, pero gracias a su yo humano enrostrado vigorosamente a su yo feroz, se levanta de las cenizas de su caída y vuelve intentar retomar el camino de la razón y también de la emoción cuando es sublime.
La ética humanística que Erich Fromm expone en su libro “Ética y psicoanálisis” no hace otra cosa que examinar fenomenológicamente (pero desde el modo de obrar del psicoanálisis) esa permanente dicotomía del hombre (la fiera y sus instintos contra el ser humano y el orden de la razón constructiva) y la lucha que sostiene por mantenerse dentro de su nueva condición que emergió a partir de la salida del Paraíso o sea en el instante en que perdió el cordón umbilical con la naturaleza, dejó de estar conforme con ella y empezó a tratar de modificarla.
Una ética sabia, ecuánime y verdaderamente racional no puede perder de vista (como lo ha hecho muchas veces la ética tradicional a lo largo de la historia) tanto los méritos del hombre por rebasar al animal, como lo que de animal aún le queda dentro. Rechazar lo instintivo, lo salvaje a priori sin examinar su enraizamiento y su irrebatible vigencia, es igual que esconder la cabeza bajo la tierra cuando vemos que el hombre (pese a la razón y su evolución espiritual) asesina por mantener el poder, castra en aras de la riqueza y viola para silenciar las protestas.
La nueva ética no fomenta la bestialidad que pervive en algunos hombres más que en otros, pero quiere conocerla honestamente y desgarrarla en carne viva para encontrar los medios de subvertirla “Ética y psicoanálisis” admira lo humano del hombre y lo propugna. Pero no con base en una represión (también aberrada) ni con juicios de valor imperiosos, sino utilizando los medios ¡casi milagrosos!, que se dan en el contexto del psicoanálisis, donde el paciente por propia convicción rechaza la patología interior que lo destruye.