Nicolás Abbagnano que con Croce, Dorfles y otros representan la cumbre del pensamiento italiano contemporáneo, ha dicho del mito: “La consolidación de la tradición o la rápida formación de una tradición capaz de controlar la conducta de los individuos, parece ser la función dominante del mito”. Dicho sea de paso, Abbagnano no está clasificado u ordenado como comunista ni materialista, sino cual idealista. Desde luego en ese torrencial marco (confuso y hasta contradictorio) del idealismo de nuestro siglo XXI.

Independiente de las funciones del mito que ya antes reconocí (en columnas anteriores) éste tiene otra y otras como la de desempeñar un papel antisubversivo y coercitivo o como bien dice Abbagnano: capaz de controlar la conducta de los individuos.

Recordemos que aunque existe la teoría que el mito nace a partir de una tradición popular y verbal que se transmite generacionalmente, no  es remoto que el mito de alguna manera esté y estuviera manipulado por las clases altas (la aristocracia o la oligarquía) mediante el poder de los sacerdotes o brujos como un vehículo más de represión social (para mantener sumisa a la clase media y baja) con el fin de que estas no rebasaran determinados principios y mandamientos que la  clase dominante consideró necesarios y factótum para la seguridad y el desarrollo económico de la burguesía.

Dicho de otra manera: El mito apoyó y apoya grandemente la servidumbre. La servidumbre por ejemplo de la mujer hacia el hombre que hoy todavía vemos palpable en la ablación o, en otro plano, cuando el Papa Francisco prohíbe el sacerdocio a las mujeres y el matrimonio a los curas con los consecuentes casos de pedofilia tan conocidos.

Otro mito o tabú que fomenta secularmente la servidumbre femenina es el de la virginidad y el “sexo débil” que mediante engaños y trampas coloca a la mujer en una situación de minusválida para depender del hombre que la sostiene y mantiene pero con la condición del silencio y la sumisión.

El asunto de la virginidad (como mito y tabú) ha sido siempre manipulado por la clase sacerdotal que accede a las expectativas del varón (en general) que desea mantener sobre la mujer una posición de superioridad donde él disfruta de todas las ventajas sexuales: no virginidad, relaciones sexuales extramaritales, donjuanismo como virtud y acaso hasta perversiones. Mientras que de la mujer se espera o se le exige todo lo contrario a escala de virtud, como si ella  no tuviera apetitos sexuales iguales o más urgentes que el hombre, porque como se sabe la mujer es virtualmente poliorgásmica.

Todos los ciudadanos de segunda clase (en países donde reina el subdesarrollo) como la mujer, los negros, los indígenas son manipulados y conducidos a la represión en buena medida por medio de diversos tabúes que el mito equipa religiosamente sobre todos a través del cristianismo. Acerca del cual los hombres de pensamiento deben hacer conciencia como una obligación intelectual y humana y no permitir que el mito (pese a otros valores que en distinta dimensión posee) sea esgrimido para esclavizar a veces en nombre de la libertad.

El mito es vituperable cuando se ofrece a manipulaciones represivas, cuando sirve para sostener y mantener a otros en la esclavitud. Cuando se presta y ofrece para encadenar y oscurecer la mente de la humanidad. Porque hasta la literatura y la poesía al margen de su función poética o estética desempeñan el rol de vehículo represor. Recordemos el pobre papel que tuvieron que cumplir en el contexto del  siglo XIX “heroínas” como “María” (una inerme epiléptica) o como la alocada “Naná” o “Madame Bovary”: dos seres totalmente sumergidos en  la servidumbre sexual y en la histeria sin sesos ni entendimiento: de cabellos largos e ideas cortas como decía Schopenhauer.

Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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