En la proporción que retrocedamos en la historia encontraremos también más explicaciones míticas que científicas. Porque el mito es el primer esfuerzo humano por explicar los misterios de la vida. Es la primera forma de ciencia y la primera respuesta a preguntas que posteriormente han podido ser respondidas también por la lógica científica, aunque ello no quiere decir que la ciencia sea irrebatible, indisputable e incontrovertible. Pues hoy la ciencia se define dinámicamente como proceso de conocimiento en revisión constante.
Aunque los mitos (como la poesía en general o las obras de Ionesco en particular) son dueños de múltiples planos de interpretación y por tanto polisémicos, ello no significa que su argumentación o narrativa superficial no hayan tenido alguna vez pleno valor y sentido para el hombre. Adán y Eva pueden representar miles de cosas y conllevar en sí múltiples símbolos. Pero en primera instancia fue una simple y sencilla explicación que intentó dar respuesta a la pregunta constante que los primeros hombres se hacían sobre sus orígenes: ¿Cómo aparecimos sobre la Tierra? ¿Por qué estamos aquí? ¿De qué manera fue nuestro principio?
Las cosmogonías o conjuntos de mitos que explican el origen del hombre, del planeta o del universo son bastante uniformes y paralelas en todas las culturas. Y casi todas ellas presentan un génesis protagonizado por una o más parejas. En la Biblia: Adán y Eva. En nuestro Popol-Vuh: Balam Quitzé, Balam Acab, Macuhutá e Iquí Balam, Con sus mujeres: Cahá Palumá, Chomihá, Tzunihá y Caquixahá.
El mito en sí es ingenuo y por su puerilidad es que precisamente se le puede incluso asimilar al cuento infantil de hadas, brujas y príncipes encantados. Aunque con posteridad filósofos y pensadores se hayan dado a la tarea (como Jung) de rescatar y calar en ellos todo un material inconsciente (como el del complicado complejo de Edipo freudiano) que también subyace bajo la periferia de su argumento de sabor pueril como lo de las adivinanzas de la Esfinge.
Quien piense que al principio los mitos fueron ingenuos no es porque él sea ingenuo. Sino porque sabe y entiende que los llamados “primitivos” poseían toda la vida y hasta su vejez un alma primordialmente infantil y una vocación racional poco desarrollada. Entendían mejor si alguien les explicaba al modo de cómo Cristo enseñaba, esto es, por medio de parábolas o comparaciones. Pero esas características pueriles de su estado primitivo lo hacían creer, también, en la historia simple y sencilla que se le narraba. La prueba es que cuando yo era niño estaba convencido de que Adán y Eva realmente existieron –igual que Caín y Abel- puesto que mi mente en aquel momento era muy similar a la del hombre primitivo…
Por ello es que podemos encontrar en el mito uno a más niveles de valoración (su mundo de valores) por el que también resulta polisémico y digno de ser interpretado por el estructuralismo filosófico:
Al nivel válido para los niños, los primitivos y las personas de inclinación poco intelectual y B, el nivel polisémico que a través del estudio del inconsciente colectivo –por ejemplo- descubrió Jung. En el que podemos además ver a Caín y a Abel como personificaciones alegóricas del bien y del mal. O a Adán y Eva como la partición o división de una unidad primera (anterior a ellos) cuya formulación también aparece en Platón y en muchos otros pensadores. Me refiero a la unidad de una fruta redonda -partida por la mitad- que busca su contrario para recomponerse.
En esencia e inicio el mito fue para el hombre primitivo simple y sencillo como historia o narrativa; como cuento o narración. Y fue creando un cuerpo complicado tal y como hoy algunos filólogos explican la formación y estudio de la épica.