La mayoría de artistas son únicamente eso: creadores de objetos artísticos y aunque sólo muy pocos se atreven a lanzarse a la ardua y complicada tarea de realizar (al margen de su creación) una teoría del arte, sin embargo con lo que hacen y crean (de un modo tácito y sobreentendido) llevan a cabo la confección (entre líneas) de su propia Estética o Ars Poética.
Me explico mejor: hacer Estética es más bien hacer filosofía. Es crear una teoría acerca de lo que debe ser el arte, de sus necesidades, requisitos, problemas y, fundamentalmente, esencia. La Estética es un campo de la filosofía y por serlo no siempre fructifica en el artista. Puesto que este tiene que forzar su mente sustancialmente emotiva, imaginativa y sentimental cuando se sale de lo artístico propiamente dicho y se introduce en el mundo de lo teorético. Aun cuando sea entorno a lo que él mismo hace.
Sin embargo, como he apuntado en el primer párrafo de mi artículo anterior, el artista de alto vuelo y creación muy original no necesita hacer teoría del arte en forma filosófica o teórica para crear una estética. Es decir, una concepción del arte. El poema mismo (cuando es un gran poema) es en sí una Estética.
Como es en sí una estética de la escultura algunas de las Piedades de Miguel Ángel y “El Beso” o “El Pensador” de Rodin, si hablamos –por ejemplo– de una tradición estética de la escultura impresionista.
Existe también la posibilidad (pero ésta es quizá muy escasa) que un mismo artista haga Estética en el poema y, al margen de ello, haga Estética o Teoría General del Arte de manera sistemática y rigurosa. Dicho de modo más sencillo: que sea artista y filósofo a la vez. Este es el caso de Oscar Wilde casi siempre no reconocido. Y el caso en concreto de su obra filosófico-estética “La decadencia de la mentira” que de ninguna manera pertenece al campo del arte sino de la “teoría pura”. Oscar Wilde juzgado por el mundo como un superficial pederasta (que era la máscara con la que él encubría su profundo talento) es uno de esos entre mil que a la par de ser un gran artista (pese a su amaneramiento y dulzor) era a la vez un gran filósofo del arte. Y de los más atrevidos y audaces y de los de más avanzada garra que el mundo ha dado a luz. En “La decadencia de la mentira” demuestra que es capaz de abandonar su pose estetizante y dulcificante a veces, por una llena de ira, de ironía y de acre estilete.
Wilde fue famoso por sus frases y su humor. Un humor negro como el que más tarde pondrían tan en boga los surrealistas. Pero un humor negro a lo inglés-irlandés y a lo lord aunque no fue de esta última titulación. Porque no ostentaba título nobiliario y como todos sabemos nació en la rebelde y católica Dublín. Estas frases suya lapidarias, muchas de las cuales han trascendido por tradición verbal, es decir no porque él las escribiera sino porque las soltaba ocurrentemente en el punto más ingenioso de una discusión, se multiplican al igual que la acre ironía que lo caracterizó siempre en “La decadencia de la mentira” que por su forma dialéctica (al modo de un diálogo platónico) permitió el juego de ideas antitéticas –entre dos interlocutores– alrededor de la obra de arte. Lo cual no solamente hace del texto algo muy fulgurante sino que además es de lectura muy amena.
Wilde fue siempre un filósofo en la vida y por eso decía que ella había puesto su genio (en el vivir con ingenio) y solamente el talento en sus obras. Pero en realidad “La decadencia de la mentira” integra con más derecho su forma de ser vital y en sociedad por el uso de aquellas frases profundas e ingeniosas que lo caracterizaron en vida, entonces debemos inferir que en “La decadencia de la mentira” sí que puso su genio y no solamente el talento que depositara por ejemplo en “El ruiseñor y la rosa”.