No hace mucho publicaba en esta misma columna lo repugnante que era para Oscar Wilde pensar (tan solamente) que el arte imita la realidad o la vida. Podríamos decir por tanto que Aristóteles, su Mímesis y su “Poética” le procuraba convulsiones de indignación. Sin embargo y con todo Wilde iba mucho más allá: No solamente negaba que el arte imitara o copiara algo, sino que afirmaba rotunda y contundentemente que es la vida la que imita el arte y lo copia. ¡Soberbia tesis o teoría!
Esta otra hipótesis wildeana sí que es un poco más difícil de roer y engullir. Para entenderla (como en casi todo el quehacer humano) hay que retornar. Regresar a Platón y a Descartes y en general y obviamente a todos los idealistas que en rigor piensan más profundamente e hilan más fino que los materialistas. Por ello yo –como Chardin– me defino idealista a partir de la materia.
Para los pensadores idealistas pueden o no existir la realidad “externa”, las cosas y los objetos del mundo y el universo. Pero la “verdadera” realidad (la única realidad que nos es dable conocer) se da en nuestro interior, tamizada por nuestra subjetividad y es muchas veces muy pero muy diferente que la de “afuera”. Los más radicales filósofos en esa línea de pensamiento creen que las ideas y los conceptos básicos y fundamentales que tenemos en la mente ya estaban allí antes de nuestro nacimiento y que poco o nada intervienen los datos del mundo para conformar esas ideas y conceptos básicos y fundamentales. De modo que la naturaleza y la vida no definen ni perfilan la creación de las ideas humanas.
Apoyado en esta tesis fundamental del idealismo secular, Wilde pone esta misma hipótesis en clave estética y así como los idealistas afirmaron que la filosofía y la mente del pensador no deben nada a la realidad y a los datos e información del mundo (pues toda realidad mental es reacción de la mente misma; es decir de un ámbito ideal o de ideas: de allí el nombre de la escuela: idealismo) así también el arte ¡y con más razón aun, pues su raíz es fantástica!, lejos de copiar a la naturaleza e imitarla, es la naturaleza y la vida quien imita el arte y lo copia.
Pero ¡cómo ocurre esto? Además de la apoyatura que encuentra en la corriente Idealista, también toma pie para sostener su hipótesis en los temas, detalles, ambientes, personas y cosas que el arte pone de moda en la vida y en la naturaleza. Así, nos dice, con la llegada del impresionismo –por ejemplo– la gente, el público, el espectador comienza a tomar conciencia o a darle mayor importancia y a observar los atardeceres y los amaneceres naturales a partir de los cuadros que pintaron Manet, Monet o Corot (alrededor de ese nuevo concepto del paisaje) donde la luz y su movimiento son la base de una nueva estética que el arte puso de moda en su propio contexto y en la vida y en la naturaleza. Asume también por ello mismo, que el arte puede entrañar cierta peligrosidad hacia el espectador porque este podría imitar las cosas buenas y también las malas y destructivas que el arte puede crear.
Todo arte realista es decadente y antiestético para Wilde. No es arte. Y el retratista es verdadero creador –por ejemplo– sólo en tanto haya más pintor que modelo en el cuadro. De allí que la fotografía no haya podido derrotar nunca a la pintura. Porque la pintura es la pintura (es decir, una cosa en sí) mientras que la fotografía es casi la realidad.
No admite tampoco una sociología de la literatura (aun cuando en su tiempo esta escuela de crítica no existiese) porque niega que el arte sea espejo de la sociedad: los problemas de la sociedad son sociales, en tanto que los del arte son estéticos. Y la Estética puede tener que ver con lo social –pero no necesariamente– es decir no como sine qua non.