Bañada por el Tormes (el río que le dio apellido al famoso lazarillo de autor desconocido) Salamanca reverbera dorada en cada piedra de sus palacios, casas e iglesias ¡tanto!, que parece que Midas la hubiera acariciado en un instante de generoso arrebato.
Su plaza mayor compite en belleza y elegancia con la madrileña del mismo nombre. A tal grado que muchos especialistas y aficionados a la arquitectura hacen viaje a Salamanca después de haber visto la de Madrid para comparar cuál de las dos es realmente la mejor. Y mientras unos se inclinan por la capitalina, otros dicen que no hay como la salmantina. Pero lo que sí es cierto es que la de Salamanca parece de oro puro; como también lo aparenta su universidad, su catedral y su casa de las conchas, entre otros notables monumentos, por obra y gracia de la piedra con que ha sido construida y cuya calidad se ve en muy pocos sitios del mundo.
Pero además de dorada Salamanca es sabia, puesto que pocas ciudades del mundo poseen raigambre académica como la suya. Y hombres cuya disposición especialísima para el fomento del espíritu, la han hecha académica entre las académicas.
No le basta empero a Salamanca haber dado alero a Unamuno, a Fray Luis de León (el de: como decíamos ayer) sino que dióles dorado alero en el “oro-piedra” hecho arquitectura de una universidad (como edificio, además de ilustre academia) única en el planeta por su hermosura al grado que no parece haber sido realizada por constructores sino por orfebres. Pues la Universidad de Salamanca (hablo de la más antigua desde luego) aunque tallada en piedra parece de piedras preciosas o al menos de repujada platería o a imagen de retablo doradísimo –y barroco como algunos de nuestra Antigua.
Uno no puede menos que pasmarse ante el edificio de la Universidad Salmantina cuyo patio (de arcadas tan especiales y caprichosas) inspiró al de la vieja universidad pontificia que hace siglos diera cátedra en la ciudad que hoy es Antigua Guatemala y que funcionara al costado iluminado de la Catedral. Estar frente al edificio de esa vieja casa (la primera de toda España) es enrostrar uno de los primeros capítulos (y más hermosos) de toda la historia de la arquitectura universal; y quizá el más fiel exponente del plateresco europeo (con perdón de Italia) que palpé muchísimo en mis periplos como embajador en la Península Itálica.
Este plateresco que más que arquitectura nos resulta como el exterior de un joyero (recargado al máximo del “horror vacui”) donde no queda sitio para el espacio limpio sino, por el contrario, hace gala de mostrar formas y más formas que se abigarran ante nuestra visión y a veces se funden y se confunden como si fuera (debido a la distancia) un cuadro impresionista.
Cuando estuve en su presencia me fue muy difícil abandonar la visión encantada que me ofrecía sin egoísmos y más bien como orgullosa y hasta altanera por su singular belleza. Tuve que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para arrancarme de allí y abandonarla porque tiene el encanto de las sirenas de Odiseo cuya sublimidad provoca la pérdida de la conciencia que nos empuja hacia la alienación y el éxtasis.
Un edificio y una belleza peligrosa que roban la razón en la medida en que produce una exaltación emotiva total. No queda (frente a la antigua universidad de Salamanca) tiempo ni espacio para la realidad. La realidad es subvertida por el oro y la platería de sus piedras conjugadas en ¿quién sabe qué crisol de mágicas raíces?, que me condujeron a otra suerte de realidad donde mora la estética. Una estética decadente, si se quiere, pero capaz de obnubilar con su potencia de pétrea lírica al más racional e inconmovible. Y yo me encuentro entre ellos. Salamanca la dorada, mi enamorada.