Entre los treinta y treinta y cinco años Sartre (como Dante, como Proust) sintió náusea ¡”La náusea”! Y dejó de ser erudito y se distanció de la posibilidad de ser “cerdo” para comenzar a ser hombre. Uno de los pocos hombres del siglo XX porque el resto (abarcando el XXI) es basura.

Sartre abrió la puerta de la iluminación con su novela “La Náusea” y desveló frente a sí el infierno y la vida, la existencia amarga y la muerte de las cuales  (y por medio de diversos subterfugios y mecanismos de defensa) la mayoría de hombres evaden tangencialmente para no ser heridos por su propio yo y su acidulada circunstancia, que sustituyen hábilmente y en colaboración con el montaje y el decorado “escenográfico” que la sociedad ya tiene preparados para ver –en lugar de realidades– alucinaciones colectivas como las religiones, los Estados constituidos y la patria inmarcesible.

“La Náusea” aparece en 1938 en el momento en que Sartre tenía la misma edad en que Cristo murió. Su vida, hasta entonces, había transcurrido pequeña y anónima e impactada y comprimida por la cansina y apolillada burguesía en cuyo seno nació y la chata y cuadrada tendencia marxista que deseaba sustituirla, sin que ninguna de esas dos formas de vida y cosmovisión terminaran de convencerlo, porque ninguna de las dos poseía los aires y los espacios que las alas de Sartre exigían.

“La Náusea” recoge la impresiones, los debates internos y la indecisión de un personaje: Antoine Roquentin de cara a un pueblecito provincial (anegado de prejuiciosas estupideces)  y a la espera de un nuevo amor (por un amor que ha perdido) y que quizá tercamente sea el mismo. Ha vaciado su corazón, y su alma es un saco sin contenidos, Ha echado de su mundo interno (el único realmente verdadero) a Dios que es lo mismo que decir a todos los valores que sus padres y la tradicional sociedad en la que se desarrolló, se  empeñaron en incrustarle. Está solo sin Dios, sin padres, sin mujer, sin hijos. Sin nada adentro o con toda la nada en el alma y esto lo enfrenta a una encrucijada o tal vez a un dilema, a una  paradoja, pero en todo caso a una decisión, a una determinación, a una vida nueva: ¡Está frente a la libertad!, porque en ese instante (el instante de “La Náusea”) no tiene compromiso con nada ni con nadie. Todo quedó atrás y no puede regresar. Lo único que puede tomar y beberse está delante. Y él lo sabe y eso le da náusea.

Roquentin no da el paso decisivo. Toda la novela y el peregrinar (más interior que exterior) del personaje protagónico se da en un interno y reiterativo periplo en torno al punto en que la náusea deviene. Va y regresa. Observa las actitudes de otros o de la Historia y se compara. Oye conversaciones insulsas y escucha preguntas que le hacen más evidente el sin sentido de la vida. Roquentin está en la cuerda floja y en ella se mantiene y se sostiene. No da el paso decisivo pero sabe que debe darlo.

El objetivo de “La Náusea” es producir en el lector solamente la intuición de los momentos en que el alma se debate para encontrar la iluminación. Nada más y nada menos. El punto en que el absurdo se produce, la caída, el tocar fondo: La espeluznante sensación de que tal vez sólo el suicidio puede acabar con todo. Pero el suicidio es solamente otra expectativa aun cuando está perfectamente sugerido.

Sin embargo sabemos, de alguna manera, (porque Sartre de muchas manera nos lo sugiere) que por la materia de que está fabricado Roquentin y por la solidez de ciertos cimientos que lo sostienen y lo sostendrán, no accederá al suicidio. Se mantendrá en la cuerda floja por mucho tiempo, quizá, pero tampoco abrirá de nuevo la puerta (como Sartre los llama) de los “cerdos” (esto es, la vida burguesa y conformista) ni se convertirá en un erudito humanista mediatizado. Porque la terrible sensación de “La Náusea” ha comenzado su trabajo de convertirlo en hombre.

Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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