La gente habla de un Sartre novelista, narrador o dramaturgo y de un Sartre filósofo y creador de textos filosóficos como “El ser y la nada”. Yo no hago tan tajante diferencia y me niego a hacerlo no solo por el caso tan particular de él sino porque en nuestro tiempo es más difícil hacer una dicotomía rigurosa entre ambos campos (¿o acaso lo ha sido siempre?) tanto como es imposible diferenciar Las Confesiones de San Agustín de A la búsqueda del tiempo perdido de Proust.
Claro que la forma varía ¡y varía sustancialmente!, si comparamos un texto filosófico con uno literario y cambian ¡más aún!, sus sistemas y estructuras de trabajo. En filosofía cada frase debe querer decir una sola cosa, mientras que el poema posee la libertad de la polisemia. No quiero decir entonces que un texto filosófico sea igual que uno literario. Pero, sí, que ambos textos (interesados por lo mismo o por desvelar el mismo misterio) puedan expresar intereses similares.
Desde luego, los filósofos (muy rigurosos) saben que lo que digo es cierto porque para ellos hay algunos temas que sólo la filosofía puede abordar y yo lo acepto mientras estos sean del fuero del positivismo lógico ¡y sécate!, pero aun en el “Tractatus lógico philosophicus” van entreverados. Mas si los temas pertenecen al campo de la metafísica, de la ontología, de la ética o de la Poética, pueden ser perfectamente traducidos a clave literaria o incluso artística en general y no nos dejará mentir en este último caso, la “Pintura metafísica” de Giorgio di Chirico, por ejemplo. Es más, me atrevo a afirmar que el arte se nutre de la filosofía y que prácticamente su labor consiste en vivenciar y sistementalizar las rigurosas conquistas racionales de la filosofía para traducirlas al gran público (que en nuestro tiempo es siempre élite, pero un poco más amplio que la élite filosófica) en formas atractivas ¡y sobre todo sensuales!, que atrapen la atención del espectador, puesto que éste tiende a perder la atención y el interés cuando se enfrenta a textos secos y no edulcurados, como la mayoría de los filosóficos.
Sartre comprendía muy bien esto y como sus campos de interés no eran los específicos de Russell o los de Wittgenstein, si no las áreas ético morales psicológicas de la filosofía (tan hermanadas siempre con el poema) pudo trasladar los objetos de su atención y búsqueda filosófica al teatro y a la narrativa y al revés. Pero obviamente el caso de Sartre es excepcional. Porque se desempeñó con igual brillantez presentando los objetos de su preocupación a través del riguroso vehículo del texto filosófico (como en El ser y la nada, por ejemplo) o mediante formas más atrayentes y hasta lúdicas como son las del teatro y la novela. Generalmente esto no es posible. El escritor entiende el asunto filosófico pero solamente puede ponerlo en clave literaria. Y el filósofo casi nunca puede llegar a dominar el sistema y la forma estética por cuestión disciplinaria o incluso por limitación innata.
La náusea contiene en germen o perfectamente florecida toda la filosofía sartreana y casi todo el pensamiento existencialista, vitalista y de “la filosofía de la vida” anterior a Sartre de donde él se alimenta, porque Sartre no es sino el gran compendiador del existencialismo desde Pascal (e incluso Séneca) hasta los años de “entre guerras” pasando desde luego por Kierkegaard y Nietzsche.
Antoine Roquentin (protagonista de La Náusea) sus diálogos, monólogos, fugas y acciones existenciales: Su condición humana, traducen en clave narrativa todo el discurso existencialista, como lo veremos en futuras columnas.