No es sólo Darwin quien impacta a Nietzsche a través de Paul Ree y su libro “El origen de los sentimientos morales”. Ya he hablado –antes- de otros influjos lejanos y cercanos y seguiré haciéndolo. Ello nos clarificará mucho el porqué del intenso y amplísimo fenómeno Nietzsche y su súbita y torrencial aparición en el siglo XIX para anegar dos siglos: el XX y el XXI. ¿Casualidad? ¡no!, las aguas de Heráclito –siempre mutantes- estaban desde hacía mucho preparando la aparición de Federico –el profeta con fuego de Prometeo- que habría de arrancar unas cuantas cadenas más, confeccionadas y anudadas (por dioses, sacerdotes y estadistas) de los tobillos y muñecas de la humanidad.
Hablemos ahora de un influjo lejano en el tiempo pero muy cercano a la inicial carrera y profesión de Nietzsche. Hablemos de Apolo y Dioniso.
Hijo y nieto de pastores protestantes su familia (como la de Darwin) quiso que estudiara teología y siguiera los pasos profesionales de su abuelo y de su padre. Comienza pero no termina teología y entonces se inscribe en filología clásica y se gradúa con grandes honores. A los 24 años es profesor de griego en la Universidad de Basilea. Ni aquella graduación temprana ni la también temprana cátedra, llenaron jamás las expectativas de su piadosa familia.
El estudio profesional de las letras clásicas lo puso en total contacto con el Mundo Antiguo y en el dominio de los idiomas que entonces se hablaron. Por supuesto, para conocer la filología clásica es imprescindible sumergirse en la mitología. De otra manera ni se entiende nada ni se explica nada. Pronto llamó la atención de Nietzsche raros rasgos de la antigua religión griega. Tan religión y tan destacada (y destacada en sus días como nuestro cristianismo) aunque hoy nos parezcan un conglomerado de cuentos (mitos) para adultos y sin ninguna relevancia frente a la palabra de Cristo que consideramos la “única”, la perfecta y la derivada de Dios ¡vaya narcisismo celestial!
Aquellos “raros rasgos” de la antigua religión griega frente a nuestro cristianismo “unidimensional” están constituidos por la polidimensionalidad de sus creencias y dioses. Dicho en palabras sencillas, los griegos al contrario de los cristianos tenían dioses de la Razón y dioses de la Emoción y los instintos. Y todos eran respetados y tenían sus propios cultos a los que nadie o muy pocos dejaban de asistir.
Por ejemplo, Apolo era el dios de la sabiduría, inspirador de la razón, de la contención y de la precaución. Fomentador de la cultura, el orden y el sistema. Dioniso, en cambio, era Dios de la Vida, de los instintos, de lo natural, lo espontáneo, lo hermosamente infantil, el amor sexual, los ritmos de la naturaleza, la tierra y las estaciones.
Se dio cuenta Nietzsche de que en cierto sentido Apolo representaba también los poderes represivos de la sociedad y la cultura, es decir, de lo que más tarde llamaría Freud principio de la realidad Vrs. Principio del placer. Cayó en la cuenta de que no todas las virtudes de Apolo eran, en rigor, valores y que muchas de ellas (de las virtudes apolíneas) constituyen una constante amenaza a la Vida. Porque para nadie es un misterio que la cultura, la civilización –y lo que hoy llamamos confort- es la mayor asesina de lo vital. Y si no, que lo digan los ecologistas porque en aras de la civilización estamos desde hace mucho tiempo destruyendo el planeta y suicidando al Hombre.
Pero también observó Nietzsche la presencia balanceadora de Dioniso frente al coercitivo Apolo.
“La realidad y el deseo” del profundo y todavía no bien valorado Luis Cernuda.