Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Primero que nada hay que decir que Simón Bergaño y Villegas no es su nombre de pila sino Simón Carreño. Segundo, que en los años en que trabajó y publicó en La Gaceta de Guatemala (1803-1807) firmó textos con otros seudónimos más: Bañoger de Sagellín o Sagelliú, Gielblás o simplemente S.B.

Al Dr. Ramón A. Salazar se le debe no sólo el rescate del olvido en que se le tenía (tal y como tanto lo han repetido Brañas, Vela o Salomón Carrillo Ramírez) sino también el haber dejado muy  en claro que todo los nombres y seudónimos que arriba he copiado, corresponden a una sola y misma persona, pues algunos se le conferían al fabulista Rafael García Goyena (también colaborador de La Gaceta de Guatemala por los años en que Bergaño vivió en Guatemala) al dar con el número 446 del periódico mencionado, del 22 de junio de 1806, donde el mismo autor de “Silva de Economía Política y Oda a la Vacuna” declara públicamente (se supone que por confusiones que habían surgido entonces) cuáles son sus nombres, sus seudónimos y su anagrama, pues Bañoger de Sagelliú, lo es.

Don Ramón A. Salazar (médico de profesión me parece) novelista excelente, historiador (cronista más que historiador y periodista) fue director de la Biblioteca Nacional de Guatemala durante un lapso que abarca más o menos de finales del siglo decimonónico a principios del siglo XX. Esta feliz (para él y para nosotros situación burocrática de Salazar) le permitió localizar papeles, documentos, testimonios y legajos que corriendo el tiempo, lo inspiraron y lo animaron ¡y no digamos lo estimularon!, a escribir muchos artículos en la Prensa de aquellos días que, poco a poco, formaron libros y volúmenes que en esa forma dio también a la estampa. Me refiero por ejemplo a “Historia de veintiún años” o a “Historia del desenvolvimiento intelectual de Guatemala”, genuinas vetas de densa información no sólo en el área de la Historia, la sociología, el arte, la literatura, sino también en el campo de la tradición y acaso hasta en el del folklore.

En los dos libros mencionados don Ramón a Salazar nos habla de Simón Bergaño y Villegas, ora al tocar el tema del periodismo colonial, ora al pergeñar líneas entorno a la poesía y las letras de los siglos XVIII y XIX en Guatemala.

Salazar encuentra muchos números de La Gaceta de Guatemala en el desempeño de su cargo de director de la Biblioteca Nacional. Números extraviados y traspapelados e inclasificados que desempolva y lee con fruición, asombro y placer intensamente intelectual. A esas lecturas se debe el rescate del olvido en que se tenía a Simón Bergaño. Resucita al gran poeta de la Ilustración hispano-guatemalteco-cubano hacia los años de 1900, casi un siglo después de haber sido remitido (¿Cómo reo?) a España en Octubre de 1808.

De 1808 a 1900 Guatemala fue olvidando paulatinamente a Simón Bergaño. Podría decirse que las persona que se formaron –en cualesquiera de los niveles de la educación por los años de 1880, por ejemplo, en nuestro país– no oyeron hablar del iluminista escritor ni como prócer de la Independencia ni como poeta ni como periodista. En los colegios o escuelas o en la Universidad.

Es reconocido por la intelectualidad guatemalteca de los siglos XX y XXI (por jóvenes y por viejos) que el Dr. Ramón A. Salazar fue el descubridor de Bergaño y Villegas. Como se ha dicho tanto con esta frase tópica: él lo rescató del olvido, en que los chapines lo teníamos.

Pero Salazar –en Dios y en conciencia– lo rescata en un solo y único nivel: el  nivel de la “intelectualidad-literatura-periodismo” y también informa que Bergaño trabajó –en lo oficial– como uno de los secretarios y amanuenses del capitán general González y Saravia que fungía como Presidente en la ápoca de la invasión francesa a España con sus leves consecuencias en Guatemala.

Pero don Ramón a Salazar se cuida ¡por falta de datos o porque estos eran de dos filos!, de afirmar dos cosas muy delicadas y complicadas: Que Bergaño era en efecto prócer de la Independencia y que era oriundo de Guatemala. Esto no lo afirma ni lo dice el autor de la novela “Stella”, en ninguno de sus libros de índole histórica ni en los de ninguna otra índole. Y a ello me referiré en los próximos días.

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