Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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En 1957 Brañas da a la estampa (siempre con la modalidad de edición privada, no comercial) un opúsculo que de alguna manera rompe con los contenidos y formas que ha empleado en los libros de poesía que, desde 1921 publica (con acelerado ritmo y en acendrada evolución lírica) oteando aquí y allá la resbalosa esencia del poema.

Abandona el elevado aliento épico que llenó de oxígeno los pulmones de su poemario “Tonatiúh” y los sones modernistas ¡tan exquisitos!, que buscó y dibujó en “Antigua”. Deja asimismo la profunda oscuridad y la misteriosa caverna sin respuestas (de grandes preguntas metafísicas y ontológicas, preñado) que insertó en las hojas de su libro continental:

“Viento Negro”. Margina de momento las demoledoras y trepidantes inquietudes existencialistas logradas con gran dificultad en el apretado y riguroso esquema de “El lecho de Procusto” o en el verso libre (algunas veces y blanco, otras) de “Figuras en la arena”.

Todo eso lo hace a un lado y dobla su espalda sobre la olorosa y sencilla tierra, para cultivar las simples mosquetas y quiebracajetes de este nuevo libro: “Zarzamoras”. ¿Qué impulsó este cambio o quién? De dónde salió el César del poemario “Zarzamoras” que estéticamente se complace en rasgar el manto solemne tras el que se esconde el misterio de la muerte. Y en 1957, en cambio, se aparece con este opúsculo sencillo –cual colegial primerizo- que comienza a pergeñar versos –pero ya con hondura- porque la onda se capta igual enmarcada en la complicada partitura de una sinfonía o entreverada en las notas simples de una canción de cuna.

A campo recién llovido, a tierra acabada de lloviznar, a chaparrón cristalino huelen los poemas de “Zarzamoras” que –como rasgo también peculiar de este opúsculo- ni llevan nombre en particular (los versos) ni son extensos. Son como breves pensamientos innominados de tres, seis u ocho versos, divididos a través de las páginas por una estrellita o asterisco.

Algunos tienen sabor a canción campestre, a canción del pueblo o de la aldea (mas no desde luego a lo que hoy llamaríamos “canción popular”) sino aroma a corrido amoroso, como se percibe en los siguientes ejemplos: “Quiero buscarte en la luna/ en el viento y en el mar./ Si estás en mi pensamiento/ ¿cómo no te he de encontrar?” ¿No hay alguna impregnación aquí de Alfonso Reyes y del uso que el gran poeta mexicano hacía de lo popular cuando pone entre sus exquisitos versos aquello de: “Amapolita morada/ del valle donde nací/ si no estás enamorada/ enamórate de mí”. Por ese estilo de poesía “sencillista”, elemental, sobrio y discreto (semifolklórico) se enfocan y caminan los poemas de “Zarzamoras”. Veamos otros ejemplos:

“Porque tienes lindos ojos/ y de flor graciosa boca/ porque vences mis enojos/ con tu risa, niña loca/¿he de morir por tu boca y personar tus enojos?” Pero también el marqués de Santillana, los pre y los renacentistas españoles (con sus églogas y sus cantos bucólicos) tienen presencia e influjo en las frescas “Zarzamoras” de César. Desde luego esto no quiere decir –ni denunciar otra cosa- que las copiosas lecturas y cultura del poeta. Porque de plagio, nada. Brañas es singular siempre y siempre creador. Aun cuando algunos ecos de Arévalo Martínez (a quien tanto admiró Cesar y sobre quien escribió un libro) se escuchan en “Zarzamoras”.

“Muchachita subversiva/ al aire audaz de tu enagua/¿por qué me tienta y me aviva/ un como ímpetu de agua?/ Quisiera llover luceros/ sobre tus tiernos eneros”.

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