En 1957 Brañas da a la estampa (siempre con la modalidad de edición privada, no comercial) un opúsculo que de alguna manera rompe con los contenidos y formas que ha empleado en los libros de poesía que, desde 1921 publica (con acelerado ritmo y en acendrada evolución lírica) oteando aquí y allá la resbalosa esencia del poema.
Abandona el elevado aliento épico que llenó de oxígeno los pulmones de su poemario “Tonatiúh” y los sones modernistas ¡tan exquisitos!, que buscó y dibujó en “Antigua”. Deja asimismo la profunda oscuridad y la misteriosa caverna sin respuestas (de grandes preguntas metafísicas y ontológicas, preñado) que insertó en las hojas de su libro continental:
“Viento Negro”. Margina de momento las demoledoras y trepidantes inquietudes existencialistas logradas con gran dificultad en el apretado y riguroso esquema de “El lecho de Procusto” o en el verso libre (algunas veces y blanco, otras) de “Figuras en la arena”.
Todo eso lo hace a un lado y dobla su espalda sobre la olorosa y sencilla tierra, para cultivar las simples mosquetas y quiebracajetes de este nuevo libro: “Zarzamoras”. ¿Qué impulsó este cambio o quién? De dónde salió el César del poemario “Zarzamoras” que estéticamente se complace en rasgar el manto solemne tras el que se esconde el misterio de la muerte. Y en 1957, en cambio, se aparece con este opúsculo sencillo –cual colegial primerizo- que comienza a pergeñar versos –pero ya con hondura- porque la onda se capta igual enmarcada en la complicada partitura de una sinfonía o entreverada en las notas simples de una canción de cuna.
A campo recién llovido, a tierra acabada de lloviznar, a chaparrón cristalino huelen los poemas de “Zarzamoras” que –como rasgo también peculiar de este opúsculo- ni llevan nombre en particular (los versos) ni son extensos. Son como breves pensamientos innominados de tres, seis u ocho versos, divididos a través de las páginas por una estrellita o asterisco.
Algunos tienen sabor a canción campestre, a canción del pueblo o de la aldea (mas no desde luego a lo que hoy llamaríamos “canción popular”) sino aroma a corrido amoroso, como se percibe en los siguientes ejemplos: “Quiero buscarte en la luna/ en el viento y en el mar./ Si estás en mi pensamiento/ ¿cómo no te he de encontrar?” ¿No hay alguna impregnación aquí de Alfonso Reyes y del uso que el gran poeta mexicano hacía de lo popular cuando pone entre sus exquisitos versos aquello de: “Amapolita morada/ del valle donde nací/ si no estás enamorada/ enamórate de mí”. Por ese estilo de poesía “sencillista”, elemental, sobrio y discreto (semifolklórico) se enfocan y caminan los poemas de “Zarzamoras”. Veamos otros ejemplos:
“Porque tienes lindos ojos/ y de flor graciosa boca/ porque vences mis enojos/ con tu risa, niña loca/¿he de morir por tu boca y personar tus enojos?” Pero también el marqués de Santillana, los pre y los renacentistas españoles (con sus églogas y sus cantos bucólicos) tienen presencia e influjo en las frescas “Zarzamoras” de César. Desde luego esto no quiere decir –ni denunciar otra cosa- que las copiosas lecturas y cultura del poeta. Porque de plagio, nada. Brañas es singular siempre y siempre creador. Aun cuando algunos ecos de Arévalo Martínez (a quien tanto admiró Cesar y sobre quien escribió un libro) se escuchan en “Zarzamoras”.
“Muchachita subversiva/ al aire audaz de tu enagua/¿por qué me tienta y me aviva/ un como ímpetu de agua?/ Quisiera llover luceros/ sobre tus tiernos eneros”.