Desde tiempos de los que no se guarda casi memoria se discute ¿qué es más importante y determinante del individuo: el ambiente (su circunstancia) o la herencia (la genética) lo que se es desde antes de nacer?
Freud veía el origen de las neurosis en la castradora frustración del instinto sexual cuya energía canalizada “sabia” e inteligentemente por la cultura, producía bienestar, confort y progreso social. Pero también individual inconformismo y malestar, que se traduce en las afecciones neuróticas que –mucho o poco– todos padecemos.
El instinto es lo innato del fenómeno, esto es: lo heredado. Pero el mecanismo frustrador (concretado sobre todo en los padres) es ambiental: pertenece al medio. De manera que Freud concedía mucha importancia también al medio ambiente.
En cambio veamos lo que dice Jung literalmente: “En la primera infancia el carácter ya está allí. Mire usted: un niño no nace cual tabula rasa como se supone. El niño nace con una enorme complejidad, con unos determinantes preexistentes que no cambian a través de toda la vida y que confiere al niño su carácter. Ya en la primera infancia una madre reconoce la individualidad de sus hijos y si se les observa cuidadosamente se ven tremendas diferencias hasta en niños muy pequeños”.
Jung necesitaba creer más en la herencia y en la genética que Freud, aun cuando concediera que el ambiente también es importante, para la formación del individuo y del carácter. Pero no lo más determinante.
¿Y por qué necesitaba creer en ello? Pues por dos razones, especialmente, que más tarde postularía y que si no se cree y se acepta lo genético como muy destacado, no tienen base ni sustento. Esto es el inconsciente colectivo y la teoría de los arquetipos.
Cuando Jung crea la teoría de los arquetipos asesta otro golpe despiadado –pero hondamente significativo– a Freud. Jung cree que el complejo de Edipo (alrededor del cual gira todo el Psicoanálisis, con mayúscula) es sólo uno de los muchos arquetipos o modelos o dechados (buenos o malos, positivos y negativos) que pueden seguir y conformar al hombre, un grupo o una sociedad.
Para Freud el complejo de Edipo era sagrado (quizá porque tanto él como yo lo hemos padecido tan intensa y dolorosamente) y no podía sustraerse a su importancia. Todos –según Freud somos o hemos sido edipianos–. Todos nos hemos sentido atraídos eróticamente por el padre y/o la madre y todos también hemos deseado inconscientemente anularlos o asesinarlos.
Jung cree que esto es muy posible, pero cree también que hay otros modelos de conducta –que él llama grandes arquetipos de la civilización– que un hombre puede vivir o negar. Pero estos arquetipos o modelos de vida (positivos o negativos, que de toda índole hay) constituyen un preconocimiento (a lo Platón) y nos son dados en la información genética que todos portamos desde antes de nacer. Jung opina que nos son trasmitidos en los genes como el color de la piel, del pelo o de los ojos.
Freud fue a la mitología griega para encontrar SU arquetipo: Edipo, el hijo y asesino de Layo y el hijo y marido de su madre Yocasta. Jung –como buen europeo– recurre a la misma fuente, pero encontró otros muchos modelos de conducta que él llama arquetipos en general.
¿Qué es un arquetipo para Jung? Dicho con sus propias palabras: “Es una pieza de drama abreviado. Empieza de tal y tal forma, se extiende a tal y tal complicación y encuentra su solución de tal y cual manera”.
No es tan simple como SOLO un personaje. Es un drama. Una representación que se reitera, recurrente. Un “guion, como dirían los del PAN y la transaccional. Pero un guion cuya información y modelo por seguir está en nuestra conciencia antes de nacer y no nos es dado post-partum como cree en cambio Freud. Un hueso muy duro de roer este de Jung, pero apasionante.