Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Al principio todo caminó -entre Freud y Jung- como en un idilio. Freud -el maestro aunque no Divino- se brindaba al discípulo amado y predilecto (Jung) con generosidad y a manos llenas. Jung ya era un psiquiatra en Suiza cuando oyó hablar por primera vez del creador de psicoanálisis. Un maestro suyo le hizo hacer una recensión sobre el primer libro de Freud entorno a los sueños y a partir de ese momento Jung quedó impresionado notablemente por Freud. Pero esa impresión máxima duró en tanto el alumno tuvo que aprender del maestro. Una vez concluida esta fase, Jung comenzó a volar con viento propio y a lanzar sus personales teorías. Freud era tolerante, pero no hasta el estamento de aceptar que estaba o podía estar equivocado en lo que según él había descubierto para el mundo, y en efecto así lo fue.

Algo de lo que Freud se sentía muy orgulloso era de su teoría pansexualista. Teoría por la que tantos y tantos puritanos lo atacan aún inmisericordemente. Freud pensaba que el origen de TODA neurosis y quizá psicosis se deriva de la represión sexual, de un trauma de igual índole o de la castrante actitud de la cultura ante el sexo. De ahí que mucho más adelante publicara “El malestar en la Cultura”.

Freud se daba cuenta que lo más poderoso (aunque también lo más castrado en el humano) son sus instintos. Y en la práctica aceptaba un solo instinto: el sexual. El de la procreación y multiplicación de las especies en cuenta la humana. En este punto se dio la primera disensión con Jung quien aceptaba que Freud tenía razón pero no toda. Jung asume el instinto sexual como algo muy poderoso y también como una facultad castrada en aras de crear la Civilización. Pero afirma ¡y le afirmó valiente y tajantemente a Freud!, que existen otros instintos como el hambre, la sed, la  agresividad y la violencia que también conforman el mundo instintivo humano y que hay que conocer a fondo en el porqué de las enfermedades mentales.

Lo erótico y su castración es importante, afirmaba Jung pero hay otros elementos culturales quizá de mayor relieve (en el contexto de la cultura actual de Occidente) que juegan un papel más destacado que el sexo –pensaba el psiquiatra de Suiza. Esto es, el “afán de poder”. Por ejemplo afirma Jung: “Hay muchos hombres de empresa que son importantes porque toda su energía está dedicada a hacer dinero o a imponer su voluntad a los demás. Eso les resulta más interesante que los asuntos con mujeres”.

El afán de poder y el poder -como elemento determinante del hombre de hoy- no es descubrimiento de Jung sino de Adler. Pero Jung lo usa para rebatir a Freud y demostrarle cuán equivocado estaba (según Jung) en situar lo sexual como instinto básico (y yo creo lo mismo) y la fuente frustrada de toda neurosis.

Freud no podía perdonar algo así. Él esperaba fidelidad completa y total (como la de los apóstoles hacia su Señor). Sus discípulos podían discutir con él pero sobre la base de que sus postulados o premisas eran fundamentalmente ciertos y no discutibles al punto de que necesitaran una transformación o reformulación total más allá de un lifting. Con el tiempo Jung planteó sus dudas a Freud no ya de discípulo a maestro, sino de descubridor a descubridor. No solo en el campo del dogmatismo pansexualista de Freud sino en otros más. Como cuando Jung trató de decirle a Freud que su concepto de inconsciente era equivocado –o por lo menos chato y parcial- pues mientras Freud pensaba que era algo ¡muy individual!, Jung creía y lanzó la idea de un inconsciente ¡colectivo!

Freud y Jung, pues, terminaron y cada uno siguió su camino apasionante y desvelizador. Freud se interesó más por la neurosis y Jung más por la esquizofrenia y las psicosis en general. Se dice –porque nadie lo ha podido comprobar a ciencia cierta- que porque cada uno de ellos tendía a estas enfermedades.

Freud desarrolló y fecundó su terapia psicoanalítica con miles de discípulos en el mundo, entre los que ya no se contó Jung. Jung ha descubierto espacios que nadie sigue al pie de la letra clínicamente pero que parece ser la base de la psicología y el psicoanálisis  colectivo del siglo XXI.

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