-Dar sentido a la vida después del Cándido de Voltaire-
Si (como las rosas) sabemos –sólo- que estamos en el mundo de pie sobre él, respirando, comiendo, fornicando y empeñados a veces en una “extraña” función que llamamos pensar (los menos porque los más rechazan razonar o cavilar a no ser en el ludismo del iphone, de la canasta o el bridge casetero) ¿existe entonces alguna fuerza imperativa interior, potencia externa, mano propia o ajena que nos impulse al bien? Dicho más brevemente: ¿exige hacer el bien una existencia tan sin sentido como la nuestra que en el fondo es tan simple (aunque tan potente) como la del grano de maíz o la rosa que indiferentes -a lo lejos- contemplamos?
He allí una de las cuestiones más terribles que el hombre puede plantearse (después de formularse la de ¿qué es la existencia o qué mi vida?) Y que -cuando se produce o germina- es peculiar de los hombres que vimos en el siglo XXI (pues somos los desamparados hombres de un mundo sin Dios) que produzcamos obras que respiran desconsuelo en parte debido a la ciencia que, con su lento y progresivo desarrollo, destruye mitos (y a veces erige otros) que no son sino fórmulas de coacción y coerción en pastorales manos, en desgastadas jerarquías militares, civiles y religiosas.
Las rosas -a nuestros ojos humanos- perfuman, colorean, decoran. Mas no hacen ni producen nada, ni siquiera dan frutos como los naranjales. Su psicología es muy simple: nacimiento, reproducción y muerte. Y estas tres instancias de conducta ¿se deben calificar como buenas o malas? No lo sabemos. Simplemente es SER. La moral no tiene que ver con el ciclo vital a no ser que se trate de nosotros los seres humanos. Entonces el punto de vista se re-enfoca.
¿Quién podría ordenar a las rosas –por ejemplo- trabajar de sol a sol, instalar una fábrica de perfumes y generar una industria porque ello las haría más dignas y respetables?
¿Exige hacer el bien una existencia sin sentido?
El hombre ha creído encontrar un sentido a su vida (sobre todo después del triunfo del “Cándido” de Voltaire) trabajando (en el Capitalismo) fabricando y produciendo cosas que se venden mucho. Yo mismo trato y lucho de encontrar esa justificación vital redactando estos escarceos seudopesimistas, con esta columna que llena el espacio de un diario digital, lleno de historia y de pasados elocuentes y pomposos que un día fuera de bello papel que olía a vigorosa tinta.
¿Pero quién ha dispuesto que trabajar dignifica la vida y da sentido a nuestra existencia si nadie sabe a ciencia cierta lo que la existencia es? ¿Cómo se puede dar regulaciones morales, leyes y normas de conducta (e incluso imperativos categóricos) como consecuencia y derivación de algo cuyo tuétano nadie ha penetrado? Se conoce el fenómeno mas no el noúmeno. Eso lo sabemos descorazonados desde Kant.
Cuando Sócrates decía “Yo sólo sé que no sé nada”, pocos se daban cuenta del nubarrón agnóstico y escéptico (casi anarquista) que a esta devastadora frase rodeaba. Porque en el fondo lo que el maestro de Platón quería decir es que el hombre es un ciego, un paralítico, un sordo, un mudo que como la invertida torre del silencio, se diera cuenta de su tránsito.
Entonces: ¿Por qué se hace el bien? ¿Quién nos manda a hacerlo, qué ganamos en su producción? Quizá nada, un sueño quizá que imaginamos que es el despertar.
O tal vez nos podríamos plantear algo más trágico: ¿Nos engatusan acaso con el bien y el mal desde que nacemos (pecadores veniales) poniéndonos el traje de robots sin chistar y evitar que de entrada nos hagamos anarquistas?