Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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-Último de los artículos que vengo publicando sobre Kafka–

Poco antes de morir Franz Kafka nombró a Max Brod su albacea. Entre las instrucciones póstumas que le dio, estuvo la de toda su obra inédita, sus cartas y sus diarios debían ser quemados sin ser leídos. Brod (su íntimo amigo) faltó a su promesa –como todos sabemos- y a ello se debe que ni “El Castillo”,  ni “El Proceso” ni “América” –entre otros escritos– hayan sido destruidos por el purificante fuego. Ni tampoco las cartas y los diarios que de 1914 a 1923 (un año antes de morir) escribiera. Diarios en los que amén de contener valiosas claves para la decodificación de sus narraciones, contienen también algunos cuentos y novelas (el argumento fundamental) como digo de modo condensado.

En sus “Diarios” (que yo tengo publicados por Editorial Lumen) Kafka no sólo consignaba hechos importantes de su vida o la “idea” de algún relato que más tarde desarrollaría, sino también citas literales de algún texto que le había impactado notablemente. En la página 58 de la edición mencionada, Kafka copia una carta de Dostoievski  que asimismo me ha servido de inspiración para el contenido de este artículo y que constituye una grávida y sucinta  “Estética”, de gran valor para quienes nos dedicamos tanto a la creación como a la “Teoría del Arte”.

Dice así en sus partes más cargadas de contenido:

“La vida social se desarrolla en círculo. Sólo los afectados por un determinado sufrimiento se entienden entre sí. Gracias a la naturaleza de su sufrimiento forman un círculo y se apoyan mutuamente. Se deslizan por los bordes interiores de su círculo, se ceden el primer puesto o se empujan suavemente unos a otros entre las apreturas. Cada uno de ellos anima al otro con la esperanza de que ello repercuta en sí mismo o bien (y entonces sucede de modo apasionado) con el goce inmediato de dicha repercusión. Cada uno de ellos tiene únicamente la experiencia que le permite su sufrimiento y, sin embargo, entre tales compañeros uno oye que se intercambian experiencias de una tremenda diversidad (…) alguna vez uno de ellos mira al suelo y el otro al vuelo de un ave. En tales diferencias se materializa su trato. Otra vez se unen en la fe y ambos juntan las cabezas, miran a lo alto hacia unos puntos situados en el infinito. Pero el reconocimiento de la propia situación sólo se manifiesta cuando ambos bajan la cabeza conjuntamente y el martillo común desciende sobre ellos.”

Kafka copia este fragmento de “Carta a una pintora” –de Dostoievski– uno de sus diarios (en  la página 58 de la edición mencionada) porque él y el autor de “Los hermanos Karamazov” forman un mismo círculo: el de los condenados al proceso, al juicio y a la condena irremisible y desesperanzada de recibir (como castigo para vivir la condición humana) el implacable martillo que sobre nuestras cabezas desciende, portado en la diestra del padre y de Dios Padre: el ojo del Padre Eterno.

La obra de Kafka y de Dostoievski –a mi juicio– forman una unidad indisoluble aunque hayan sido escritas por manos diferentes y se integran al mismo círculo (arriba indicado) que más tarde conforman también –entre otros condenados– Proust y Sartre.

Pero sólo los afectados por el sufrimiento determinado de ellos y por ellos (de Kafka, de Dostoievski, de Proust, de Beckett o de Sartre) se entiende entre sí. Sin embargo el sufrimiento y el testimonio de su condición humana es tan potente y globalizador que finalmente trasciende a la sociedad curiosamente con más intensidad ¡muchas veces!, que obra y autores deliberadamente “sociales” y “socialistas”.

Toda obra subjetiva (sentida intensa, honesta y de modo “cínico”, sin tapujos histriónicos) deriva y se transfigura en obra de trascendencia e impacto social. Porque lo que está adentro está afuera y lo conforma; y lo que está afuera se refleja en la subjetividad del hombre y en su arte y ars poética.

De modo que si se ha entendido todo lo anterior, pocos serán los que (iracundos e insolentes) no querrían depositar en las amadas y odiados manos del padre –del propio– una misiva como “Carta al Padre” (de Franz Kafka) que he escrito el Día  del Padre en sórdido homenaje a mí mismo.

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