Así, desfaciendo tuertos y derrotando a gigantes más altos y más fuertes que Goliat, arriban don Quijote y Sancho al reino de los Duques –sin nombre ni apellidos– cerca de Zaragoza en la II parte de esta novela de novelas luminosa. Por esta razón y porque este pasaje de toda la obra me parece acaso el más emblemático, me ocuparé de él para terminar este homenaje a Cervantes que se concentró el 23 de abril, con un breve comentario sobre lo que podríamos llamar: burlas, mofas, injurias, befas (hoy bullyng fundamental) y sobre todo humillaciones que sufren Don Quijote y Sancho en la corte de los Duques y a manos de ellos y de sus cortesanos.
A lo largo de la I parte -y durante un largo segmento de la II- Cervantes (mediante las voces de Sancho y don Quijote y de sus atrevimientos insensatos, amparados en la demencia senil o paranoia delirante del antihéroe) ha aprovechado para arremeter críticamente en contra de algunas clases sociales, especialmente de la pequeña burguesía rural de los minúsculos pueblos y aldeas de La Macha. También en contra de hidalgos adinerados, con linajes mucho más encopetados que los del genuino Cervantes (el de la realidad) y su aldeano protagonista de humilde hidalguía.
Pero desde el capítulo XXX hasta el LXVII (y tomando en cuenta también un fragmento que llena los capítulos LXIX y LXX, todos ellos de la II parte) Cervantes centra el relato en la corte de los Duques y con ello, osadamente (para aquellos días de Inquisición, Contrarreforma y aprobaciones reales eclesiásticas con el fin de publicar) se atreve a hacer una crítica bastante dura –desde el punto de vista político y social de un empleado público, que esto fue Cervantes– enderezada contra la más alta jerarquía de España, encarnada en la figura de los Duques y su corte de parásitos sociales. Contra la Iglesia no se atreve tanto, pero sí contra el trono o símbolos que se le asimilan. Podríamos decir que en cierto modo los Duques son la alteridad, el alter ego de los reyes de España. Algunos estudiosos de la obra cervantina dicen que los duques realmente existieron y que fueron Carlos de Borja y María Luis de Aragón, duques de Luna y Villahermosa. Digo esto, que podría ser un dato meramente erudito, para ponderar el atrevimiento de Cervantes y darnos cuenta de que sí –efectivamente– se puede hablar de su pensamiento político y social con bastante objetividad. Y valioso sobre todo porque tal ejercicio intelectual no lo realiza alguien de la nobleza, sino un hijo del pueblo cuya perspectiva histórica no pudo estar al servicio de la aristocracia y sus intereses de clase.
Es en la corte de los Duques (que fíjese bien lector ya han leído la I parte del Quijote, porque Cervantes descubre la meta novela o el relato dentro del relato) que se da el famoso asunto de la ínsula Barataria, ínsula que don Quijote ha prometido a Sancho desde la I parte y que ha mantenido ansiosamente en vilo al escudero, atormentado y deseoso de un cambio de fortuna.
Y los Duques (que como digo leyeron ya la I parte) alimentan tal ambición convirtiéndola en befa y escarnio crudelísimo para reírse de Sancho y don Quijote que, con absoluta ingenuidad, se entregan al mal disimulado juego de la corte ducal sin casi caer en la cuenta de que son unos miserable títeres en manos de un grupo de cortesanos ociosos que ven en la coyuntura (al tener entre sus manos a la ingeniosa pareja de caminantes) la mejor manera de pasar una temporada divertida.
Continuará.