Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Un buen día de 1944 luego de la caída de Ubico (quien dejó su puesto a otro militar –y a un triunvirato– de encomiendas y repartimientos coloniales como su siniestro Palacio) a algunos colegas normalistas de Juan José Arévalo (entonces docente en La Plata) se les ocurre que, éste casi anónimo Arévalo, a quien pocos conocían en Guatemala, podía ser –a la hora de derrocar a Ponce y celebrar elecciones– el Presidente. Hecho que sucedió –efectivamente– y fue la gran esperanza para el país. El “candidato blanco” –como se le llegó a conocer– pasando los días aciagos –y a medida que se convertía en el virtual primer mandatario– porque no tenía quien lo igualara: no tenía objetivo rival, aunque contendieron otros como Guillermo Flores Avendaño o Manuel María Herrera.

 

Sin embargo, compitió con otro intelectual (tan intelectual, también, como Arévalo Bermejo): Adrián Recinos y quien por la ápoca de las elecciones del 44 (primeras democráticas en muchos años) tenía en cierto sentido más prestigio que Arévalo Bermejo. Ya comenzaban a brillar sus trabajos sobre el Popol Vuh que paleografió y presentó de un modo sensacional y accesible; trabajo derivado del manuscrito que se encuentra en la Biblioteca Newberry de Chicago, donde yo he tenido el privilegio de poder observar –más que leer, en visita especial– porque no está a la vista –el original de Ximénez– de todos los que visitan Chicago. Político, investigador, antropólogo y brillante ensayista, Adrián Recinos era un émulo perfecto para vencer a Arévalo Bermejo –pero no lo logró– y ascendió al solio presidencial –el doctor Juan José Arévalo Bermejo– el 15 de marzo de 1945, año en que yo vine al mundo y en que mi padre –corriendo unos meses– accedería a un alto cargo militar que –también pasando unos años– lo llevaría (y nos llevaría) al exilio político bajo el Gobierno de Arévalo Bermejo. Lo cual debería ser razón para que yo no estuviera redactando estas líneas, pero el doctor Arévalo –un día de amistad en casa de Raúl Osegueda (su ministro de RR. EE.) y Gladys Bustamante de Osegueda, mi tía materna– me prometió y me aseguró que él no tuvo nada qué ver en el exilio de mi padre sino que fueron otros –dentro de su Gobierno– quienes lo determinaron.

 

A la caída del general Federico Ponce Vaides (sucesor interino de Ubico Castañeda) un triunvirato (después de otros) asumen el poder, integrado por los también militares (con el nombre de Junta Revolucionaria de Gobierno): Jacobo Árbenz Guzmán y Francisco Javier Arana y por el llamado “ciudadano” Jorge Toriello Garrido.

 

El coronel Árbenz (corriendo los años del gobierno de Arévalo) quiso llevar (a la izquierda burguesa democrática) a la dirección de la Revolución de octubre que, en algún momento, tuvo un sesgo marxista. El último (Arana, apoyado someramente por Toriello) sólo deseaba en realidad la expulsión de Ubico y de Ponce Vaides y que el país acaso tuviese pequeñas reformas, pero no lo cambios estructurales y de sistema que deseaban Árbenz y más tarde el Partido Guatemalteco de los Trabajadores (PGT) y otras agrupaciones políticas y sindicales.

 

La Revolución de Octubre nació escindida desde el mismo 20 de octubre (o quizá desde antes, como ya he subrayado). No fue una revolución “sociológica” y “política”, lo fue después y, después también, con furores económicos. Al principio fue una movimiento contra el dictador cuyo frente aceptaba y engendraba a casi todos los grupos sociales especialmente de clase media de la capital, en unión de militares progresistas que también veían en  Ubico y en su sucesor –Ponce– un retraso en el concepto de un Ejército menos conservador y más democrático y moderno. Nació escindida porque –al poco tiempo de su emerger– dos grupos claramente opuestos quisieron hacerse con el mando o quizá tres, representados por los hombres que constituyeron el triunvirato (o Junta Revolucionaria de Gobierno) que –luego de diluirse con la llegada del Presidente Arévalo– tomaron caminos no menos fuertes ni menos opuestos y que alzaron vuelo en los muchos intentos de golpe de Estado que tuvo Arévalo Bermejo, cuyo principal actor quizá haya sido el derechista Francisco Javier Arana (opositor de Árbenz Guzmán) éste, bien inclinado a la izquierda ¿democrática?, y presunto asesino de Arana.

Continuará.

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