Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

post author

Los fines de la literatura y el arte –hoy- son distintos a los de la moral. Tiempos hubo en que esta trilogía oficiaba junta en el encaje de las catedrales góticas o en templos de otras culturas o estilos.

Porque ahora se ha producido un divorcio entre tales disciplinas debemos renunciar a esperar o exigir de la literatura o la obra de arte que pertenezcan a la vez -al mundo de la imaginación sensual- y al mundo de la ética y sus exigencias religiosas y morales.

Claro que –como digo- en el pasado pudieron el arte y la literatura estar ligados a la moral y a la docencia –sirviendo a dos amos como dice el adagio- pero en la actualidad no optimizarán su creación ligadas a una asfixiante y limitadora ética. O cuando menos no lo harán en el ámbito de la libertad que (aunque ética y moral son también problemas de la libertad) la libertad en sí –y sin cadenas- es el espacio perfecto en que arte y literatura deben dar a luz, sin cortapisas moralinas, aun cuando derrapen en posturas desafiantes y audaces.

¿O nos atreveríamos a exigir al mundo de los sueños –al hecho mismo de soñar sin límite- una coherencia, una afinidad, una congruencia con la moral como la que se espera y se alimenta en la vida social de la vigilia? Nadie puede pedir o exigir a sus propios sueños que sean morales. Que en ellos no asesinemos, no ejerzamos violencia o no forniquemos o deseemos a la mujer de tu prójimo. Ni siquiera la inflexible (de mi tiempo) religión católica, pudo indicar a sus feligreses que fueran moralmente católicos en sus sueños. Nunca se pidió al confesante –en el confesionario- presentar como mortales los pecados que de tal naturaleza se hubieran consumado y que, en vigilia, sí que hubieran tenido categoría de tales, sobre todo los húmedos y carnales.

La literatura, el arte y los sueños –aunque no son la misma cosa ni en su elaboración intervienen los mismos elementos psicológicos- sí pertenecen a la misma fuente dionisíaca, sí nacen de la misma causa represiva y represora. Sí se alimentan de la misma facultad mental insaciablemente libre: la imaginación. Convencidos de tal argumento es que los revolucionarios de mayo del 68 tomaron como lema: “La imaginación al poder”.

Los sueños, la literatura y el arte nacen de la imaginación. Tal principio condujo a los surrealistas a sus mejores obras. Y la imaginación no es moral. La imaginación (tuétano de la literatura) es libre y está más allá del bien y del mal. Estuvo antes de la creación o aparición del hombre y estará después de la autodestrucción ecológica en que se empeña. Solamente es moral y se le puede pedir moralidad al mundo y fuero de la razón, al mundo de la vigilia y de las relaciones interpersonales. Al de la convención social, al vituperado y humillado sector de la psique humana que resiste a la represión, reprimido e intimidado por la culpa, el pecado y el castigo.

La nueva Estética o Poética conocedora del riquísimo poder creador del inconsciente, de la pujante fuerza de los instintos y del imperio dionisíaco que la Vida tiene sembrada en el centro de nuestra imaginación y nuestras vísceras, ha fijado muy bien los límites y también los libérrimos alcances de la literatura y el arte. Ha determinado cuáles son los territorios del poema. La nueva Estética, por tanto, intenta que no se confunda al arte y la literatura con otros quehaceres como el de ser vehículos de transferencia de otras disciplinas -como la moral por ejemplo- en las religiones que se han servido del arte para enseñar el Evangelio a sus creyentes en bellísimos Vía Crucis. Pero incluye y condena también -esta pedagogía del arte y la literatura- el compromiso, el panfleto político y todo lo que coarte la libertad.

La Estética contemporánea no permite ni permitirá que el arte continúe en su antiguo papel del servidor de otra causa ni vehículo de transmisión de ideas ajenas a sus intereses prioritarios, donde, además, el fondo y la forma deben estar perfectamente balanceados, equilibrados. Uno al servicio de la otra. Aunque la literatura y el arte como integrantes del todo social, es decir, de la cultura, tendrán en segundas o terceras instancias y planos que aportar ideas que esencialmente le son ajenas. La literatura y el arte no pertenecen al mundo de la moral pero pueden –eventualmente, no necesariamente- pueden ¡contingentemente!, ser portadores de un mensaje político, social o de la cultura en general.

Artículo anteriorNos tienen miedo (Parte II)
Artículo siguienteExpatriación y despojo