La literatura es muchas cosas y se hace por múltiples razones: realistas y surrealistas. Su naturaleza más honda y más íntima es desconocida en sus estratos herméticos y oscuros, cuando los escritores opacos buscan guardarse bajo la égida de Unamuno (con sus Cristos de tierra y roca impenetrable) y no buscan –en cambio- la inspiración de Ortega y Gasset quien -por el contrario- hace gala de la frase que indica que la claridad debe ser la cortesía del filósofo.
Se escribe acaso por vanidad (y se publica en diarios y libros sobre todo por esa razón) pero también por masoquismo -que se refocila en su dolor- o por ser temerario epígono de Prometeo. La literatura es muchas cosas y se hace por muchos casos y razones estimulada tal vez por la vanidad del triunfo.
Mariano José de Larra (gran romántico y gran realista, depende del género que trabaje) se preguntaba en la España semianalfabeta del siglo XIX ¿en este país no se escribe porque no se lee o no se lee porque no se escribe?, creando uno de los mejores retruécanos de la lengua y planteándonos dos asuntos que se acoplan muy al día en la Guatemala de 2023, pese a lo “civilizado” del milenio. Aquí no se escribe más porque no se lee o se escribe demasiado pero no se lee, en juego de palabras similar a Fígaro.
Guatemala de hoy –como la España de aldea y viejas refraneras, puritanas y mojigatas de quien firmó con el seudónimo de Fígaro- presenta casi la misma peculiaridad: una legión de escritores –cada vez más (en número) y cada vez más productivos y publicadores- pero con tan escasos lectores que yo me pregunto entonces ¿para qué escribir? ¿A quién escribe usted mi prolijo autor? Y por último ¿qué se logra, se recibe o se crea –en el más alto sentido- escribiendo? Cuando uno se plantea estas cuestiones recibe casi automáticamente la respuesta que es nugatoria y desesperanzadora si somos honestos o si somos de los que no viven en una campana de cristal alejada de la verdad.
Por otra parte –y esta es quizá el área más desalentadora- los pocos que leen en este país (porque es la verdad) no ponen atención ya a lo leído seducidos lascivamente por las redes sociales, donde el desnudo -y el baile afrodisíaco- son señuelos eficaces para abandonar el libro que queda mudo y arrinconado como el arpa de Bécquer. Es mucha la competencia seductora que el libo enfrenta sin tener el poder sedicioso de Instagram, de Facebook y no se diga de YouTube.
Por último, quedan las masas integradas por millones que de plano no leen -aun con título universitario- ni se dejan impresionar por lo publicado ni, menos, por la deshonrada libre expresión que también queda muda o acaso con menos alcance y prestigio al trasladarse a otra versión o canal. Estas masas además de rendir culto a las magnificadas redes sociales también lo hacen –al abandonarlas o abandonar el iphone- al televisor, rey del hogar instalado en cada una de la habitaciones y dormitorios de la casa o en la atención al cliente de bancos y grandes oficinas públicas y privadas. Se trata francamente de la confrontación de la imagen frente a la palabra escrita.
Cuando la tarde está nublada como ésta en la que escribo éste que pretende ser artículo en la modalidad de columna, crece -con ese atardecer- el pesimismo ambiente, crece y crece azuzado también por la violencia (y las desaparecidas) y por la orfandad en que se expresa la literatura.
Pobre paisito este sembrado de crispación, de avaricia, de ingratitud y de envidia. ¿Qué ámbito puede ser Guatemala para la literatura y el periodismo -que signifique amplia comunicación y eficaz mensaje- o espléndido canal para la difusión de la palabra escrita? La respuesta es obvia y no necesito codificarla para que se sobreentienda.
La literatura puede ser muchas cosas, en otros casos.