Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

post author

Mario Alberto Carrera

Si no tomamos en cuenta al libro (que en el siglo XVIII no tenía aún circulación masiva) los medios de comunicación social entonces conocidos (sobre todo la Prensa impresa) nace al mismo tiempo –o al menos durante el mismo efervescente siglo– que los derechos humanos. La historicidad de los dos fenómenos es idéntica. Los dos son producto de la consolidación del capitalismo y asimismo de ideas y postulados de equidad social que se yerguen el siglo XVIII –con antecedentes en los siglos XVI y XVII– que llamamos Siglo de las Luces, de la Ilustración o Iluminismo.

La Prensa emerge porque se manifiestan los derechos humanos entonces llamados por la Revolución Francesa Derechos del Hombre: igualdad, libertad y fraternidad. Pero también se podría decir que los derechos humanos brotan desde y por la brecha y el surco fecundo que siembran los primeros hombres de Prensa –que ya no esperan pacientes la lenta y complicada difusión del libro– sino el efecto diario e inmediato –o al menos semanal– de publicaciones periódicas y/o diarias de donde toman su nombre.

Antes del siglo XVIII no había diarios. Estos son expresión peculiar, característica e inherente de los últimos doscientos años igual que como ya indiqué: los derechos humanos. Por otra parte el libro antes del siglo XVIII (y en España y sus colonias, hasta entrado el XIX) no disfrutó del privilegio de: “sin censura previa”, aunque también el periodismo lo padeció. Incluso podría sufrirlo hoy con la suspensión de garantías y estados de excepción.

Nosotros –en 2022– pese a todos los pesares del presente, a vivir en un país miserable (medio muerto de hambre con evidencias claras de activistas sociales perseguidos y judicializados, esto es, con un decrépito y castrado sistema judicial y estatal) ya no sabemos o conocemos –sino muy a la distancia– que hasta 1808 en español nadie podía publicar nada por la libre y sin censura previa. Todo libro, por ejemplo, que se tuviera la intención de ser dado a la estampa tenía que pasar por la autorización (censura) del rey, del cardenal o arzobispo o del obispado donde pretendiera ser impreso. Para los hombres que vivieron en Guatemala antes del Dr. Pedro Molina, del Lic. José Cecilio del Valle o del poeta español Simón Bergaño y Villegas (radicado aquí y director que fue de La Gaceta de Guatemala) era lo normal, era lo ordinario y rutinario tener que someterse al proceso de censura (con pequeñas islas napoleónicas). El hecho de publicar liberados de ella es efecto de las revoluciones y cambios que realizaron e hicieron emerger los hombres de la Ilustración sobre todo en su carácter de libre pensadores (algunos): Voltaire, Diderot, Montesquieu, Rousseau y el Marqués de Sade (en Francia). Y más moderadamente: el P. Feijoo y el P. isla en la Península, inolvidables personajes del curso que di hace algunos en S. Carlos: Literatura Española de los siglos XVIII y XIX de España.

Tener el privilegio civilizador de poder publicar sin previa censura (aunque surjan advenedizas fuerzas contrarias) es la base tersa de lo que hoy se llama libertad de Prensa y que es efecto e impacto también de la muerte de dos hechos históricos: el fallecimiento del poder absoluto del rey y de las últimas estructuras feudales (aunque en Guatemala queden algunos polvos de aquellos hediondos lodos). Sin olvidar los méritos inmarcesibles de la Revolución Americana –anterior al 1789 francés– que tiene como adalides intelectuales a Thomas Jefferson, Benjamín Franklin, James Medison y otros. Y en Suramérica: Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez.

La ilustración, las Revoluciones Americanas y Francesa. La instauración de la monarquía constitucional en España y sus colonias, son los proféticos vicarios –los heraldos– de la declaración de los derechos humanos, signados por las Naciones Unidas y los esperanzadores videntes de la Prensa diaria sin previa censura. Por eso es que conculcar los derechos humanos pone en peligro la libertad de Prensa y ésta es el único ámbito, marco y espacio en que los Derechos del Hombre (especialmente la igualdad) pueden irrumpir triunfantes.

Artículo anteriorAnécdotas con mi padre y yo IX
Artículo siguienteLa legítima lucha por la educación pública