Mario Alberto Carrera
Nuevamente digo que desconfío seriamente de la Historia. No estoy seguro de si sirve o no o si sólo es útil para llenar de frívola vanidad a los espásticos arrogantes que a gritos dicen en las “ilustradas” sesiones (sin que nadie les preste atención): ¡exijo que quede para la Historia…!
Esta desconfianza mía –que a muchos puede sonar como insensatez- es prueba de mi renovado cuasi nihilismo y de mi bien cultivado anarquismo. Poco a poco –y no por mi culpa- he ido dejando de creer en todas las instituciones (Guatemala lo refrenda) y en todas las divinidades y dioses consagrados por la hipocresía de sus oficiantes. Todos, además, son ídolos que caen por sus pies de barro. Eso cualquiera –todo el mundo- debiera no sólo de saberlo, sino de proclamarlo a voces. Pero tienen miedo de hacer lo uno y lo otro por fallarle al establishment vengativo.
Hoy es la Historia la que está en mi picota particular que es la médula de esta columna, a la que tengo sentada en el banquillo de mis acusados predilectos, exclusivos, únicos. Me pregunto –para seguir abonando en mis sindicaciones- si quienes la escriben son veraces y sinceros al hacerlo o –como en todo lo humano- consignan el pasado de acuerdo con sus intereses creados del presente muy convencional. Nadie que escribe Historia es imparcial, ni justo ni ecuánime porque es hombre. Y como tal, lleno de rencores y de pasiones y de odios y cuando pinta a un personaje o describe una escena trascendental del pretérito, lo hace de acuerdo con sus pasiones, rencores y odios del presente. De acuerdo con la religión que profesa, los “principios” en lo que cree y el Dios frente al que se arrodilla y entonces nos cuenta, nos narra algo que se parece más a las novelas que a la verdad objetiva. Toda verdad es subjetiva -es solipsismo en el fondo- es de quien la tiene y de quien la esgrime, en consonancia con el perspectivismo de Ortega y Gasset.
Y sin embargo vivimos del pasado. Tenemos ¡tanta fe!, en lo pretérito. Yo mismo cometo tanto el pecado de exigir que todo sea visto y enfocado en su “historicidad” y sea interpretado rigurosamente por ella. Pero ¿Quién hace la historicidad sino el historiador que es quien la crea con sus manos humanas? ¿Y podemos tener plena confianza, tener fe en el historiador?
Si hubiese máquinas -acaso digitales- que sin ser guiadas o programadas por manos humanas –a partir de hoy- copiasen todo hecho histórico con absoluta imparcialidad y sin ser enfocadas más sobre un ángulo que sobre otro, tal vez los hombres del futuro podrían hablar de Historia y de la real historicidad, ¡pero no nosotros! Nosotros creemos en lo que ¡dijo!, Juarros o Cortés o Bernal o Sahagún (y su ¿falso?, alfabeto maya) o Fray Bartolomé que, por A o por B estaban condicionados, definidos, programados para sentir y cometer error contra el rey, ante Dios (omnisapiente) o ante su mala conciencia. ¿Cómo fue la Conquista de estos Territorios? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Debe haber sido mucho más cruenta, porque lo que sabemos lo sabemos por los siniestros represores y aplastadores. ¿O no fue Sahagún padre y sacerdote del genocidio y del culturicidio?
Quizá lo más ¡útil!, sea lo que Paul Valery recomendaba: Ver sólo el presente. Hundirse en el presente. En el Carpe Diem latino y gozarlo sin reserva y sin preguntarse si tenemos o no derecho de hacerlo, de acuerdo con el pasado.
Por otra parte, permanecer demasiado tiempo en el pasado deprimente nos impide vivir el hoy. Además, tarde o temprano (más temprano que tarde) lo que hoy creemos inolvidable, lo será. Porque el tiempo es el remanso en el que se olvidan el dolor y el placer. No existe en el universo una memoria capaz de contenerlo todo. Como ya dije: La Historia sólo retrasa el olvido. El olvido es el sino y el fatum del hombre. Y si así es y será ¿por qué entonces no situar todo nuestro corazón, nuestras potencias, nuestra vitalidad en el presente?
Cada día nazco y muero. Y es necesario morir para volver a nacer. No arrastro mi muerte, mi pasado, mi cadáver de ayer al día de hoy. El hoy es virgen y rosa y me acaricia. ¿Para qué mancharlo con los mismas y las babas de la Historia, de la Historia, además tan deformada, tan amorfa.