Mario Alberto Carrera
No existe en Guatemala poema más conocido, recitado (en público y en la intimidad de dos) más discutido y comentado –al punto de convertirse en el “poema nacional”– que el famoso madrigal escrito en cuatro quintetos, endecasílabos –el último de pie quebrado– como el “Yo pienso en ti” de José Batres Montúfar.
El poema, como todo en la vida, tiene génesis e historia. Aunque la historia humana no represente absolutamente nada frente a la eternidad y el misterioso universo.
Debe haber sido escrito hacia el año 1838 o 39, a los pocos días o meses de que Batres regresara del trágico viaje que, a Nicaragua, realizara como ingeniero auxiliar (para las exploraciones del río San Juan y el posible Canal de Nicaragua) con Mr. John Baily y en el que perdiera a su hermano menor ¡tan querido!, que se empeñó en acompañarlo.
Lleno de soledad y de luto retornó el poeta a Guatemala y, en un momento adecuado, cuando la triste recepción del grupo familiar se había calmado un poco, Pepita García Granados llamó y llevó aparte a Pepe y le contó algo que terminó de oscurecer su pecho de 30 años.
Mientras usted –le dijo la famosa escritora– estaba en Nicaragua, y a los pocos meses de haber partido, Luisa Meany (por empeño y presiones de la madre de ella) se casó con don Francisco Pineda. Aquella noticia acabó de atormentar al autor de “Tradiciones de Guatemala”. La vida se le transmutó en páramo y no quedó al poeta ya mucho o nada por lo que seguir viviendo. Perdido el amor de Luisa y la existencia de Juan, su hermano, vio a su ser como “una bóveda sombría”, como “roto mármol de una sepultura”.
El poema revela además de una enorme soledad, una enorme también capacidad de amor. Pero, sobre todo, la sensación de estar completamente invadido por el ser de la amada que amorosamente existe en tanto viva plenamente en el pensamiento del poeta. El primer verso, del primer quinteto, así lo expresa y trasluce: “yo pienso en ti, tú vives en mi mente”. Arroja la seguridad de un existir por medio de la evidencia de un te pienso que, de algún modo, se podría asimilar a la seguridad cartesiana del “Pienso, luego existo”. En Batres es: te pienso, vives en mi mente. Por tanto, no has dejado de tener sentimental, afectiva existencia. No te has muerto. No te he matado en mis pensamientos.
Descartes parte de la duda radical para llegar a la única verdad evidente que su discurso puede poseer, esto es, la realidad de su existencia y por ende de la vida humana. Por la evidencia de autopensarse, de pensarse uno a sí mismo. Ergo, existo.
Pepe Batres varía este postulado de Descartes (lo traslada a una clave mucho más rica –emotiva y afectiva– y no racional como la del francés) y lo muta hacia un colorido mucho más existencialista. Esto es, la vida, la existencia de los otros –o del otro– como única realidad-real en el ámbito y contexto de nuestra conciencia emotiva. Porque los otros viven, realmente, en tanto vivan en nosotros. En tanto nosotros los sintamos con nuestro aparato afectivo o lo pensemos y lo recordemos en nuestra memoria.
“Tú vives en mi mente” es una frase que le impone trascendencia al existir humano. No sólo por el hecho de ocupar un lugar dentro de otra conciencia (que con tal hecho le da ser) sino porque en el caso del poema este es un espacio de amor enajenante. Es decir: un yo invadido totalmente por otro yo. Que no es ni más ni menos que lo que entendemos por amor erótico. Y al dar testimonio de que la amada vive “sin tregua, fija, a toda hora” en su mente, Batres otorga también un testimonio absoluto de amor que se encumbra a fidelidad y alienación, al transfigurarse en “una llama que en silencio me devora”.