Mario Alberto Carrera
Pocos libros han ocupado más mi atención que esta oceánica y colosal novela de James Joyce, un hombre medio ciego como Borges y Homero y tal vez sifilítico como Nietzsche que, no obstante estas estremecedoras deficiencias, modificó el rumbo de las raíces de la novela, revolucionando y revolviendo los puntos de vista de la narrativa que, acaso, dio vida a una nueva manera de enfocar el mundo.
Sí, en efecto, pocos libros me han ocupado tanto, acaso sólo el Quijote y no estoy tratando de presumir. Ofrezco el dato de que de las dos obras he impartido cursos monográficos semestrales, hace un tiempo. Por aparte –otro ejemplo, de los que podría dar más– y con motivo de los 400 años de la II parte del Quijote, en 2016, ofrecí una conferencia alusiva a la fecha en el CCE, auspiciada por la embajada Española y la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española.
Ulises es para mí un eterno desafío: caminar por sus dublinesas calles ha sido a veces como sorprenderme en medio de la nada, y en silencio nocturno, pero a la vez en medio del conocimiento de esa ciudad (Dublín) cuyos suburbios voy haciendo míos –con la lectura del texto iluminado por detalles que podrían parecer sin relieve– desde su inicio medieval –como tenía que ser– en la vikinga torre de Martello, residencia de Stephen y su troupe.
Poco a poco o acaso desde el principio vamos cobrando conciencia de que estamos y estaremos ante dos inmensas realidades: Una ciudad rocambolesca que se va desarrollando a lo largo del relato y un texto que se torna un torbellino de conocimientos con el hálito oscuro (pero espléndido) de una sintaxis sin precedentes. Acaso sólo comparable a la de Góngora en poesía.
¿Por qué de qué no habla el Ulises? Como ¿de qué no habla su homólogo alter ego La Odisea de Homero? Hay libros enciclopédicos y estos lo son: el Ulises de Joyce, La Odisea de Homero, el Quijote de Cervantes, A la busca del tiempo perdido de Proust y en formato menor, por ejemplo, todas las novelas de Pérez Galdós y de Pío Baroja, Manhattan Transfer de John Dos Passos. Creemos que vamos a entrar en un texto narrativo más y resulta que penetramos en el universo mundo o metaverso. Es decir, en un todo existencial que preside la Filosofía. Porque Joyce es un filósofo, un psicoanalista, un lingüista, un semiólogo que no sólo domina el inglés sino otras varias lenguas de las que fue traductor. Esto es, un sabio como Cervantes o como Homero.
Acaso sólo los novelistas que son capaces de crear una novela donde cabe todo y que filosofa y poetiza (según el caso) todo cuanto existe y es capaz de crear un texto universal (como En busca del tiempo perdido de Proust) para alcanzar el cuerpo suntuoso y espléndido de la epopeya, de la épica.
Y sin embargo en sus pasos iniciáticos la obra fue rechazada por países y editores. Por países, por inmoral y pornográfica. Así lo fue en los Estados Unidos. Y por editores, por no llenar sus expectativas estéticas, que fue el caso de Virginia Woolf quien, con su marido, tuvo en Londres una imprenta pequeña de gran prestigio. Pero lo curioso es que la autora de Mrs. Dalloway, tomó varios de los recursos narrativos de Joyce y los hizo suyos ¡con gran éxito!, como el monólogo interior desarrollado por el dublinés en su máxima expresión. Aunque se diga que su inventor es Édouard Dujardin.
Pero su gran fuerza interior y su absoluta originalidad formal le abrieron paso por todas la ciudades del mundo hasta convertirla en la novela más discutida y la más imitada del planeta. Ulises es el modelo renovado (después del Quijote) para la narrativa mundial y dechado y guía de los grandes narradores contemporáneos y del boom y sucesores o pequeños booms.