Mario Alberto Carrera
Siempre que pedía a mis alumnos que leyeran determinados textos peculiares, reconfirmaba que en algunos se producía frecuentemente (y en sus conciencias) ciertas reacciones. Por ejemplo: echaban la culpa o el gusto por la violencia al narrador -o al autor de determinada novela- y no al medio que fue el asunto impactador y generador del libro. También es frecuente en mis estudiantes-lectores tratar de negar lo leído como realista (cuando es realista-tremendista y descarnado) y de creer que se trata de una exageración fantástica del novelista. Tal ocurre cuando pongo a leer “La familia de Pascual Duarte” del Premio Nobel Camilo José Cela.
Ya en mis años de estudiante pude ver lo mismo en mis compañeros. Tanto es así que una de mis condiscípulas (frente a la lectura de una de estas novelas en el fondo grotescas por su final) muy alterada en sus frágiles sentimientos, preguntaba muy excitada e impresionada a nuestro profesor: Pero lo que ocurre en “Madame Bovary” sólo pasa en las novelas, ¿verdad, doctor? Y así negar el suicidio y demás hechos desmedidos o terribles de Emma y como imposibles en la realidad.
Y yo creo, a veces, que la realidad supera a la ficción y así lo explico a mis alumnos, a mis lectores o a mis amigos: los novelistas no exageramos, ni nos place refocilarnos en las miserias humanas aumentándolas, ni tenemos tanta imaginación como para rebasar la realidad.
Creamos personajes pesimistas, esperpénticos o grotescos (como en mi novela “Don Camaleón”) porque vivimos en países y en ciudades deprimidas, neuróticas, suicidas y hasta psicóticas. La nuestra, la de Guatemala, es notablemente de las últimas. Para nosotros ya no hay psicoanálisis sino manicomio.
Y sin embargo no rebasan (la mayoría de novelistas de hoy en nuestro país, redundantes y recurrentemente aburridos) el tema “político” o guerrillero y sus apéndices citadinos o rurales. Y otros se duermen en la novela histórica y en la policíaca.
Pascual Duarte llegó a España hace mucho y se marchó ya, se ha esfumado ya con la llegada resplandeciente de la democracia. Pero lo más oscuro de él se trasladó a Guatemala.
Aquí reside Pascual Duarte, el personaje inventado por Cela en la primera de sus novelas publicada cuando sólo tenía 26 años, pues este campesino extremeño resucita donde el amor no habita sino “donde habita el olvido” (Cernuda) y viven los hijos de la ira de Dámaso.
Acaso nunca se había escuchado el alarido de tanto crimen y tanta violación a la justicia como hoy en Guatemala, donde pequeñas narco guerras civiles crean inmensos lagos de sangre, en medio de la oscuridad más fría y consentidora de la autoridad. Aquí ya no se sabe bien de dónde viene la muerte, sólo se sabe que hay un furor ciego que se genera en la corrupción. La muerte está más viva que la vida en este país donde la ira y la cólera presiden los actos del Gobierno y los negocios más sesudos de los predestinados del Pacto de Corruptos.
El fantasma de Pascual Duarte se ha trasladado de Almendralejo -de Extremadura- a aquí. El tremendismo ha sido transfundido, mediante grotescas sondas valleinclanescas, hasta Guatemala. Cela no inventó a Pascual, fue España, fue Extremadura. El dolor, el pesimismo, la violencia, la violación fascista y recurrente no es invento de los periodistas. Periodistas (unos pocos) que, atrevidos y temerarios, publican en Guatemala. Los inventores de la distopía son fuerzas del mal que se auto llaman del bien y que se presentan como protectoras, dirigentes, como bienhechoras, como guardianas de la familia y su antojadiza rosa palaciega, cuando en sus tripas mentirosas es la guerra la que se engendra.
La segunda edición de “La familia de Pascual Duarte” fue retirada de la circulación y censurada. Demasiada violencia -retratada en la novela- le pareció al tirano y a sus censores que exageraba la realidad que ellos mismos violaron y violaban –genocidas- desde la inmensa Cruz del Valle de los Caídos.
Pascual va resucitando, señalador, donde se le necesita porque es espejo vivo. Por eso está en Guatemala ¡es la iracunda Guatemala!