Mario Alberto Carrera
Dedicarse al periodismo es más que un oficio una aventura. La aventura de decir en Guatemala poco –y muy bien escogido– con un estilo casi confidencial a veces, tan exclusivo y propio que casi sólo yo mismo me entiendo por el hermetismo “democrático” de las circunstancias.
He llegado a creer que existe un estilo muy propio en la literatura y el periodismo de nuestro país –que ya crea una tendencia o escuela– y que consiste en el arte de decir todo obnubiladamente (si se escribe con seriedad profesional) a menos que usted apele al insulto directo, al libelo, en el que usted convierte su medio en una suerte de pasquín barato la mitad lleno de inventos y la mitad de hecho ciertos. Algo así como un recuento de fake news nativas donde reciben golpes cruentos cierto grupo de militares y cierto grupo de amorales, cleptócratas, a los que les da lo mismo que los insulten a ellos y a la madre que los parió. Nacieron para ser dantas y nuevos ricos.
Eso de la democracia suena muy bonito pero no la tuvimos, no la tenemos y según conjeturo va a ser muy difícil que la disfrutemos con Giammattei –al canto– y sus descendientes “políticos”.
Sin embargo, algunos diarios titulan sus editoriales (ahora que se ha celebrado el Día del Periodista y por añadidura de la libertad de Prensa) que sin Prensa libre no hay democracia. Lo que llama poderosamente mi atención porque si afirmo que sin Prensa libre no hay democracia –y nosotros realmente nunca hemos disfrutado de democracia– ergo, tampoco hemos tenido una Prensa libre.
En menudo dilema o antinomia me he metido al barruntar sobre temas tan lábiles y puntillosos como la libertad, la Prensa o el arte del periodismo y sobre todo en tratar de analizar encabezados o titulares que tratan de brillar en estos días en que tanto hablamos de libertad, porque los editoriales o sus títulos pregonan lo que digo pero en el mismo medio –y como alusivo al día que celebramos– aparecen otras secciones mediante las que se puede colegir que en Guatemala no hay o no ha habido libertad de Prensa, pues se ocupan en imputar al Gobierno el grave delito de amordazar a los medios y de reducir y perseguir a los periodistas (y sin embargo se insulta a Giammattei y su secuaces) por lo que de nuevo llego a la conclusión que la democracia es un fantasma de colosal tamaño, en un país donde se afirma y se niega la democracia y se afirma y se niega la libre emisión del pensamiento, cuajado de antinomias o contradicciones que no aclara ni Apolo mismo y su entendimiento.
En Guatemala hay una muy, pero muy relativa libertad de emisión del pensamiento y no hay libertad porque la mayoría por A o por B razones se autocensura. Es un país que ejerce la autocensura. Este es un fenómeno social que caté casi desde mi infancia y lo experimenté en especial en el silenciado espacio de lo religioso y de la religión. No hace falta que Mariano Rossell esté vivo y ande por allí con sus largas ínfulas acallando a los blasfemos. Su alma en pena sigue resplandeciente y acusándonos por dentro de nosotros mismos. A eso es a lo que yo llamo autoconciencia automática de la autopersecución y el castigo. Y por eso no hay tampoco verdadera libertad de emisión del pensamiento porque la presencia pre-acusadora, del amigo, del vecino o de la amante nos silencia antes de tiempo y de llegar al periódico. ¿Y si ese mismo mecanismo alcanzara a la Prensa?, esto es: ¿si fuéramos tan antidemócratas que sin Policía ya tembláramos y calláramos; que sin “policía judicial” ya mintiéramos y que sin MP estuviéramos por anticipado confesando nuestros pecados porque vivimos en el reino de la autocensura previa?
Continuará.