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La noche del 13 de septiembre de 2025, Lester Martínez escribió una página inédita en la historia del deporte guatemalteco. En el Allegiant Stadium de Las Vegas, frente a millones de espectadores conectados a través de Netflix, el petenero se enfrentó al invicto camerunés-francés Christian Mbilli en una pelea coestelar de la pelea de Saúl “Canelo” Álvarez y Terence Crawford. Fue el primer guatemalteco en subir al cuadrilátero en un evento de esta magnitud, y lo hizo con dignidad, coraje y técnica, logró un empate por decisión dividida. No ganó el título interino del CMB, pero sí conquistó el respeto del mundo boxístico.

Sin embargo, mientras el mundo lo aplaudía, los dirigentes deportivos lo ignoraban. Lester regresó al país como lo hacen los héroes, en silencio, sin alfombra roja, sin prensa oficial, sin dirigentes deportivos ni autoridades gubernamentales que lo esperaran en el Aeropuerto Internacional La Aurora. Ningún representante del Ministerio de Cultura y Deportes, ningún funcionario del Comité Olímpico Guatemalteco, ningún rostro visible del deporte federado se dignó a recibirlo.

¿Qué revela esta omisión? No es solo negligencia. Es una muestra descarnada del desprecio institucional hacia los atletas que no se someten a los dirigentes que tienen secuestrado el deporte. Lester Martínez no es producto de las federaciones, sino de su esfuerzo, su equipo independiente y su disciplina. Su éxito no puede ser capitalizado por quienes han convertido el deporte nacional en un feudo de intereses personales. Por eso lo ignoran. Porque no les pertenece y qué bueno que no es de ellos.

La transmisión global de su combate por Netflix no solo puso a Guatemala en el radar del boxeo internacional, sino que expuso, por contraste, la pequeñez de quienes deberían promover y proteger el talento nacional. Mientras Lester intercambiaba golpes con uno de los púgiles más temidos del mundo, los encargados del deporte en Guatemala seguían atrapados en sus pugnas internas, sus asambleas estériles y sus presupuestos sin transparencia.

La indiferencia oficial ante esta hazaña no es anecdótica. Es estructural. Es el síntoma de un sistema que premia la obediencia y castiga la excelencia. Que celebra al burócrata y desprecia al atleta. Que percibe el mérito en amenaza. Lester Martínez no necesita medallas de papel ni homenajes fingidos, necesita una dirigencia limpia.

Su legado ya está escrito en el ring. Pero Guatemala sí necesita reconocer a sus verdaderos representantes, así como el entrenador Esaú Diéguez, parte del equipo de Terence “Bud” Crawford, uno de los mejores boxeadores del mundo. Porque cada vez que un atleta como Lester se eleva por encima de la mediocridad institucional, nos recuerda que el país es más grande que sus dirigentes deportivos, esos que trabajan sin finiquito y están embargados por su falta de transparencia.

Lester Martínez no es el único atleta guatemalteco que ha sido ignorado por el aparato institucional. Su regreso silencioso es apenas el síntoma más visible de una enfermedad crónica, es el desprecio sistemático hacia quienes representan al país sin someterse a las estructuras “secuestradas” del deporte federado.

Sergio Chumil, Faberson Bonilla, Erick Barrondo, Adriana Ruano, Jean Pierre Brol, Cheili González, Heydi Juárez, Kevin Cordón… han enfrentado el mismo desprecio. Son atletas que compiten internacionalmente, algunos con medallas olímpicas, otros con logros continentales, pero ninguno con el respaldo institucional que merecen. Su mérito ha sido sobrevivir al sistema, no gracias a él.

La paradoja es brutal. El deporte guatemalteco opera con un presupuesto que supera los Q2 mil millones anuales, distribuidos entre el Ministerio de Cultura y Deportes, el Comité Olímpico Guatemalteco (COG) y la Confederación Deportiva Autónoma de Guatemala (CDAG). En los últimos 26 años, esta estructura ha manejado más de 16 mil millones de quetzales, sin contar los fondos privativos provenientes de vallas publicitarias, cobros de parqueos, derechos de transmisión y uso de imagen en uniformes. Y, sin embargo, la infraestructura sigue concentrada en la Ciudad de los Deportes, construida hace 75 años por el presidente Juan José Arévalo, sin una sola renovación estructural que responda a las exigencias actuales del deporte mundial y mucho menos para los olvidados atletas departamentales.

¿Dónde está ese dinero? Se va en pasajes de avión, hoteles cinco estrellas, viandas de alimentos, transporte de lujo… pero, sobre todo, en asesores y bonos sacados de la manga, entregados en momentos clave de elecciones internas. El deporte se ha convertido en una maquinaria de gasto político, no en una plataforma de desarrollo deportivo.

Esta “clica del deporte” ha perfeccionado el arte de la simulación. Organizan congresos, firman convenios, publican informes, pero no reciben a Lester Martínez en el aeropuerto. No acompañan a Kevin Cordón en sus entrenamientos. No garantizan condiciones dignas para Cheili González o Heydi Juárez. Porque el atleta que no se plega, el que no negocia su dignidad, representa una amenaza para el statu quo de los que apoyan a Gerardo Aguirre Oestmann.

Guatemala necesita una revolución en el deporte. No basta con aumentar el presupuesto si se mantiene la “clica del deporte. Se requiere transparencia, descentralización, y, sobre todo, voluntad política para romper con las redes de corrupción que han convertido al deporte en un feudo de intereses de personajes que para ellos es un “estilo de vida”. La CDAG es la chequera en blanco.

Lester Martínez dejó al descubierto que lo único que interesa a los dirigentes deportivos, “politiqueros” y el Poder Ejecutivo es subirse a la fama de los atletas. El mejor regalo que les puede dar Bernardo Arévalo es la intervención de un “deporte secuestrado”, pero para eso debe dejar de escuchar a sus funcionarios jurídicos y de comunicación que protegen a la “clica del deporte”.

Marco Tulio Trejo

mttrejopaiz@gmail.com

Soy un periodista y comunicador apasionado con lo que hace. Mi compromiso es con Guatemala, la verdad y la objetividad, buscando siempre aportar un valor agregado a la sociedad a través de informar, orientar y educar de una manera profesional que permita mejorar los problemas sociales, económicos y políticos que aquejan a las nuevas generaciones. Me he caracterizado por la creación de contenido editorial de calidad, con el objetivo de fortalecer la democracia y el establecimiento del estado de derecho bajo el lema de mi padre: “la pluma no se vende, ni se alquila”.

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