Enfrentamos una encrucijada desde hace varias décadas, se terminó la guerra, pero nos han sumergido en una decadencia social. La división ideológica entre la derecha y la izquierda amenaza con perpetuar un conflicto que afecta la capacidad del país, para construir un mejor futuro para todas las generaciones de “chapines”. No todos pueden decir que tienen un futuro promisorio.
Durante décadas, el enfrentamiento entre ideologías sociales ha fragmentado a la sociedad guatemalteca, los debates se han convertido en disputas y las diferencias en divisiones. Esto no solo afecta la capacidad del país para avanzar, sino que también desanima a las nuevas generaciones, que ven en su tierra un futuro incierto, sin oportunidades de vida.
Mientras la derecha prioriza el éxito individual, la izquierda busca supuestamente el bienestar colectivo, como base para el desarrollo. Sin embargo, en Guatemala, estas dos posiciones se han convertido en herramientas de polarización más que de progreso, pero no se han dado cuenta o no quieren hacerlo, que nos han colocado en un desfiladero, porque muchos no tienen ni para llevar un bocado a la mesa familiar.
Antes bastaba al salir de los linderos del departamento de Guatemala, para darnos cuenta de la situación que vive la mayoría de guatemaltecos, pero ahora eso ya no es necesario, en los municipios más cercanos podemos observar cómo la gente pasa apuros para conseguir un pan y darle los servicios más básicos a sus familias, quienes necesitan de una canasta básica para sobrevivir, con calidad de vida. Eso cada vez es “una misión imposible”.
La historia nos ha enseñado que el progreso se construye sobre acuerdos, no sobre conflictos. Es momento de que Guatemala invierta en una cultura de diálogo como herramienta para resolver sus problemas más urgentes, como la desigualdad, la corrupción y falta de oportunidades. El diálogo permite que todas las voces sean escuchadas, lo cual fortalece la democracia y promueve soluciones tangibles.
La construcción de puentes requiere de líderes comprometidos con el bienestar común, ciudadanos conscientes de su responsabilidad social y un sistema político que priorice el diálogo sobre la confrontación. Esto incluye establecer espacios para discusiones abiertas, donde las ideologías no sean barreras, sino puntos de partida para encontrar consensos.
La falta de madurez política y la incapacidad de construir consensos son como un freno para el desarrollo de Guatemala. Para muestra un botón, los “señores diputados” tienen varios meses de estar “parasitando”, sin cumplir con su trabajo que es la aprobación de leyes que conlleven un desarrollo social.
El diálogo y los acuerdos no solamente son herramientas para resolver conflictos, sino que sirven para construir un país más fuerte y unido. Imaginemos todos lo que podríamos lograr si las ideologías se transformaran en puentes en lugar de barreras. Los líderes políticos, muy escasos, por cierto, en lugar de trabajar por el bienestar común, se enfocan en mantener el poder, perpetuando un sistema que favorece la corrupción y la desigualdad.
Estos seres, porque no hay otras palabras para nombrarlos, solamente piensan en sus bolsillos, se han convertido en los “piratas modernos”, quienes solamente se dedican a mantener un estilo de vida, pero a costillas de hacer “chinchilete, yo machete” los impuestos que deberían ser invertidos en desarrollo social.
Basta con voltear a ver a nuestro alrededor, veremos como la mayoría de burócratas quieren recetarse jugosos sueldos, sin merecerlo porque no dan resultados, lo cual constituye también un acto de corrupción, porque no le devuelven a su sociedad la inversión que se hace en gente que solo llega a “vegetar”.
Guatemala necesita un cambio profundo en su enfoque político y social, por eso tenemos que educar a las futuras generaciones en el respeto, la empatía y la negociación es esencial para cimentar una cultura de unión. Por eso es que se deben diseñar estrategias que no solo resuelvan problemas inmediatos, sino que también construyan un futuro sostenible para las próximas generaciones. La participación ciudadana debe ser el motor de este cambio, asegurando que todos se sientan involucrados en la construcción de un mejor país.