Entre los generadores de contenido existe un decir que riñe con lo que se vive en el día a día, ellos aseguran que no importa que hablen mal o bien de una persona o marca, porque lo importante es que hablen, sin importar que sea algo positivo o negativo.
Estoy en total desacuerdo con esta premisa. La reputación es un valor que debemos de cuidar con mucho recelo, porque es la percepción o evaluación que tienen de ti en la sociedad, un grupo específico o individuos sobre una persona, organización, empresa, funcionario público o incluso un producto o servicio.
La reputación se basa en la suma de las acciones, comportamientos, logros, fracasos y características que se asocian con el sujeto en cuestión. Al final es como los demás nos ven y valoran. Puede ser de una manera positiva, negativa o neutra y bien se aplica el dicho: “échate fama y acuéstate a dormir”.
Este valor se construye con el paso del tiempo, pero también se puede ver afectado por malas acciones y decisiones que tomamos en determinado momento. La integridad, honestidad y ética del comportamiento que tenemos, juegan un papel crucial, incluso influyen significativamente en la percepción que se puedan hacer de una persona o marca.
Algo que es muy importante recalcar en esta era digital, es cómo se comunica y que se comunica mediáticamente hablando, para que las personas se formen un concepto de uno y estos dos puntos es bueno analizarlos para no deteriorar la reputación, según el impacto que tenga de lo que haces o dejas de hacer.
La buena reputación es un activo intangible y valioso para cualquier persona o marca, lo cual puede traducirse en lealtad de clientes, mejores términos con proveedores, buen relacionamiento con empresas y mayor facilidad para atraer talento humano.
Por eso es muy importante monitorear constantemente la percepción pública que tienen de uno, lo cual permite identificar problemas y generar oportunidades para manejar las críticas de manera adecuada y oportuna. También nos puede servir para mitigar daños y mejorar la percepción o afectarla significativamente.
Esta situación es para todos, especialmente si eres una figura pública, situación que te lleva a ser más cuidadoso con lo que haces y especialmente con lo que dices, porque bien puede ser una causa que afecte como te miran los demás y caes en una crisis reputacional.
Para las marcas la reputación corporativa, más allá de ser definida como la percepción que pueden tener clientes, aliados, colaboradores y otros grupos de interés es un pilar fundamental que cuidan a capa y espada. Es una de las herramientas que permite -entre muchas cosas- mejorar el giro de negocio.
Esta situación se torna totalmente opuesta en el caso de los políticos, esos personajes que no han caído que dejaron de ser candidatos y se convirtieron en los gobernantes. Por ese motivo, están obligados a comportarse de una manera ejemplar y profesional, dado que es un líder comunitario y se ha transformado en una figura pública que representa a los ciudadanos.
Estos señores tienen que seguir normas de comportamiento y tienen que mostrar cultura política para dirigirse a los pobladores. En el caso de los alcaldes, estos deben ser muy cuidadosos y demostrar que son idóneos, probos y honestos, para ocupar los cargos, por lo tanto, debe evitar dirigirse hacia la población con palabras soeces o vulgares.
Un alcalde o diputado no debe ser “mal hablado”, deben irradiar confianza para que su gobernanza sea eficaz. No es posible que los jefes edilicios o los mal llamados “padres de la patria”, se comporten como “patanes” porque irrespetan a los ciudadanos, lo cual socaba la relación entre el líder y la comunidad.
La forma en que un alcalde se comunica afecta la confianza. El uso de un lenguaje soez puede dañar la credibilidad y ocasiona problemas innecesarios a la administración municipal que se ve afectada por el trabajo mediático del jefe edilicio. La vulgaridad proyecta una imagen negativa hacia visitantes, inversores y otras entidades.
Toda esta situación que expongo, nos debe hacer meditar porque internacionalmente nos perciben como uno de los países más corruptos en Latinoamérica, una debilidad institucional que afecta la reputación y nos pone en una situación de crisis porque somos vistos como “mañosos”.
La corrupción en Guatemala está institucionalizada y arraigada como forma de funcionamiento del Estado. Los extranjeros creen que vivimos en un estado de impunidad y de violaciones a derechos humanos. Así es como nos perciben en el exterior y van a pasar muchos años para que nos quitemos esa percepción que tiene por los suelos nuestra reputación.