Escribo estas letras sabiendo que no te puedo expresar mis emociones. A veces no basta con hablar o escribir. Hace falta el canto. No el de una sola voz, ni de dos o tres, sino el de cuatro voces que se entrelazan como raíces bajo la tierra húmeda del alma.

Porque cantar es respirar juntos, es hacer llover en el desierto. Es hacer del cuerpo un templo y de la voz un río invisible que toca otras almas, que susurra misterios, que pregunta lo que nadie se atreve a decir en voz alta, que grita cuando ama y también cuando duele.

Cómo me gustaría que tú —sí, tú— escucharas “La jardinera” de Violeta Parra, cantada por Quiet Colors (https://music.youtube.com/watch?v=MN4ljYoRmTk&list=LM) mientras me lees.

Podríamos empezar allí, por la cabecera de las cuencas, y luego por los ríos que bajan desde allí, desde lo más alto.

“Buenos Aires tiene un río que lo acuna, que lo besa.

Si no fuera así, ¡ah, que gran tristeza! …

Tiene canto, tiene vino al amanecer, y un amigo en el camino

siempre ha de tener”.

Ese es un amor sencillo, pero sabio. Delicado, pero poderoso. Un amor que no empuja ni exige. Que acompaña. Que permanece como el río junto a la ciudad.

Lo que hoy escribo no es solo sentimiento ni solo voz. Es, sobre todo, un pequeño homenaje. Un homenaje a mis amigas y amigos del coro Vocalis Antigua, que este domingo 25 de mayo de 2025, a las 5 de la tarde, ofrecerá su primer concierto del año. Una fecha y una hora llenas de símbolos, de ciclos, de magia. Y esa magia va a respirarse en cada canción, en cada acorde, en cada nota que salga desde el alma.

Aquí te dejo el vínculo para que puedas acompañarnos, y si lo deseas, comprar tu entrada (Q125): https://wa.link/8q91mu

Apoyar a Vocalis es apoyar un proyecto que no solo canta: sana.

Es creer en la música como fuerza espiritual, como bálsamo colectivo.

Vocalis lleva años rescatando canciones, elevando las voces, tejiendo comunidad a través del arte.

Nos empuja al bien. Nos recuerda que la luz no está perdida, solo necesita un espacio donde sonar, donde encontrar eco.

Y nuestro concierto se titula así: Love is in the Air. Porque el amor necesita aire para volar.

Porque este país, que tanto lo merece, necesita cantos al amor en medio del odio.

Porque estamos convencidos de que, por un instante, una canción puede hacer más que un discurso.

Pero por supuesto —cómo no decirlo— que las canciones fluyen. Fluyen como ríos. Como cauces de memorias. Como lágrimas invisibles.

Y tras los aguaceros, el agua baja desde la montaña. Se encuentra con otras corrientes. Se funden, se abrazan. Y entonces nace el río principal. Y el río se vuelve torrente. Y el torrente, destino.

“Ain’t no river wide enough

to keep me from getting to you, baby.”

(No hay río lo suficientemente ancho que me impida llegar hasta ti, cariño)

Casi todas las canciones —o quizá todas— tienen un instante en el que el agua se cuela en su melodía. Desde la mirada nostálgica, a través de una ventana viendo llover…

“Ya nunca me verás como me vieras

recostado en la vidriera

y esperándote”. (Sur)

Es que el agua también se canta desde el recuerdo. Desde la espera. Desde el deseo de que vuelva.

El agua vive también en los dos grandes astros que nos mueven: el sol y la luna.

El sol es quien da inicio al ciclo. Con su luz evapora las aguas, las eleva, las convierte en nubes. Como dice Keep It Movin’:

“Every day the sun don’t shine, but oh… keep it movin’.”

(No todos los días brilla el sol, pero sigue adelante)

Y entonces resuena el eco del latín, como un mantra coral:

“Ad astra per aspera.

Sursum.

Movere, deinceps, sine cura, post omnes”

(¡Hacia las estrellas, a través de la dificultad! ¡Hacia arriba!

Avanzar, seguir adelante. Ya no habrá preocupaciones al final.).

Y la luna —ay, la lunita— no solo alumbra los pasos de los enamorados. También rige las mareas. Como canta Kiss Me:

“Lift your open hand, strike up the band and make the fireflies dance silver moon sparkling.

So, kiss me.”

(Levanta tu mano abierta, haz que suene la banda y que las luciérnagas dancen con el brillo plateado de la luna. Así que, bésame.)

La luna que mueve océanos, así también es la fuerza del amor. Como dijo Silvio:

“Hay locuras que son como brazos de mar.

Te sorprenden, te arrastran, te pierden, y ya.”

Porque a veces amar, porque a veces decidir amar, es una locura. Y seguir amando —cuando ya no llueve, cuando hay sequía— es una locura.

“Hay locuras que son poesía. Hay locuras de un raro lugar.

Hay locuras sin nombre, sin fecha, sin cura, que no vale la pena curar.”

Por eso es que hay jardineras que se curan cosechando flores, colocando amapolas debajo de la almohada, dejando en herencia cada una de esas tonalidades de jardín para ser las enfermeras, si acaso se precisa.

¿Cómo no nos vamos a emocionar cantando estas canciones?

Llegarán nuestros amigos, nuestras familias, algunos conocidos, gente amante del arte, al Hotel Casa Santo Domingo, a este concierto.

Por favor, ven. Acompáñanos.

Y si no puedes estar, piensa que, en un rinconcito de Antigua, allí estaremos cantando, con todo lo que somos, al amor.

Cuatro cauces. Fluyendo. Convergiendo. En el mar.

Marco Morales

Marco Morales (Dr. Water), Director de Water Co. www.water-co.com Ph.D. en ingeniería hidráulica y medio ambiente, MSc. Gestión y Planificación del Agua (UPV, España), especialista en Water Quality Monitoring (JICA, Japón), Gestión económica de recursos naturales y ambiente (UAH, España), Ing. Agr (USAC, Guatemala) Correo: marcomorales@water-co.com | Whatssapp: +502 33258714

post author
Artículo anteriorDEIC y MP trabajan en 28 diligencias de allanamiento en 11 puntos del país
Artículo siguienteLa Corte de Constitucionalidad aplica mal un principio correcto y proyecta confusión en el plano internacional