Quisiera que leyeras esta columna escuchando la canción Don’t Drink the Water de Dave Matthews Band (https://music.youtube.com/search?q=dont+drink+the+water). Su poder, su emotividad, su fuerza. Quiero transmitir eso con mis letras, pero a veces el sonido y las voces tienen más poder que mil palabras.
Cuando viví un tiempo en Austria, me sorprendió la manera en que manejan sus residuos. Los austríacos separan sus desechos en múltiples categorías específicas y lavan algunos recipientes que se van a desechar, lo que facilita la separación y el reciclaje adecuado. Además, participan activamente en el proceso de reciclaje. Recuerdo que, junto con mi hijo y amigos, cargamos nuestro vehículo con cartón acumulado y lo llevamos a un centro de reciclaje local. Allí, depositamos el cartón en grandes máquinas diseñadas para su procesamiento. Esta participación directa de la comunidad en la gestión de residuos refleja un compromiso colectivo con el medio ambiente. Como resultado de estos esfuerzos, Austria se ha posicionado como líder mundial en reciclaje, con una tasa de reciclaje de residuos municipales de alrededor del 60%.
Allí he sido testigo de ríos y lagos limpios, y de una sociedad más saludable. Incluso, las fuentes de agua que abastecen a la capital, Viena, se mantienen puras gracias a estas prácticas. Esto demuestra que dar prioridad al medio ambiente beneficia tanto a las personas como a la economía. Al final, si el ambiente es más sano, las familias gastan menos en medicinas para contrarrestar malestares estomacales o respiratorios, por ejemplo.
Esa sofisticación no es un caso aislado. Cuando viví en España Japón y Colombia, experimenté el estilo y ritmo de cada solución que convierte el problema de la basura en una oportunidad. En Japón, desde la infancia se inculca el hábito de la limpieza y el orden: los niños barren sus aulas, limpian sus baños, recogen su basura y separan los desechos orgánicos e inorgánicos. Los vertederos que visité en Tokio y Kioto son verdaderos centros de innovación, donde la inversión pública y privada trabajan de la mano para transformar residuos en energía y negocios sustentables.
Y mientras tanto, en Guatemala nos debatimos en lo más básico.
“¿No puedes ver?
Aquí no hay lugar.
¿Qué esperabas?
No hay espacio para los dos.
Solo hay espacio para mí”.
En este punto, me pregunto: ¿Quién está detrás de la oposición en Guatemala? ¿Por qué y para qué se resisten a algo que, a todas luces, representa un avance en la lucha contra la contaminación?
Públicamente han salido a la luz quienes se oponen, y esta columna busca entender los motivos detrás de su resistencia. Para quienes solo conocen la «ciudad del futuro» es momento de abrir los ojos: es posible un país más civilizado, más humano, más limpio. Pero en Guatemala, cualquier intento de ordenar la clasificación de los desechos y enfrentar el problema desde la política pública desata un revuelo.
La razón es clara: este cambio no solo implica un nuevo reglamento o la separación de desechos, sino algo mucho más profundo y peligroso para quienes detentan el poder: le da a la ciudadanía un sentido de “ownership”, como me dijo alguien a quien admiro mucho y que analiza el país desde fuera. Este es el punto central: cuando una sociedad se apropia de su entorno, cuando cada persona entiende que el orden y la limpieza son su responsabilidad y no la de otros, se genera un cambio real y se genera una demanda sobre quienes más contaminan; esto amenaza al poder.
Recuerdo que un día, mientras tomaba café en una cafetería en Antigua, observé algo que me dejó pensando. A mi lado, dos chicas alemanas conversaban cuando el viento sopló fuerte y voló por los aires un par de servilletas suyas. Pausando su conversación, una de ellas se levantó de manera natural, persiguió por varios metros las servilletas y las colocó debajo de su taza de café. Lo mismo sucedió con una mesa vecina, en la que seguramente había compatriotas míos, que ni siquiera voltearon a ver dónde había caído la basura.
Pero tal vez la verdadera pregunta es aún más incómoda: ¿quiénes se benefician de que el sistema de desechos siga siendo un caos?
Muchos de los que hoy se oponen han estado a cargo de la gestión de residuos en la Municipalidad de Guatemala. Son las mismas manos que han controlado la recolección, el destino final de la basura y los contratos de manejo por décadas. Detrás de los discursos populistas que dicen “¿para qué clasificar si todo va al mismo basurero?” hay algo más profundo: la conservación de un monopolio. Mientras la basura siga siendo un problema y no una solución, sigue siendo un negocio de unos pocos. Y en ese negocio, la desinformación es una estrategia: hacerle creer a la gente que separar no tiene sentido es la mejor manera de impedir que un sistema eficiente desplace los intereses privados que lucran con el desorden.
“Tu tierra se ha ido, y me la han dado a mí.
Y aquí extenderé mis alas.
Sí, yo llamaré a este lugar mi hogar.
¿Qué es eso que dices?
¿Sientes que tienes derecho a quedarte?
Entonces quédate, y yo te enterraré”.
Pero el problema de la basura es apenas la punta del iceberg. Guatemala no solo está cubierta de desechos sólidos, también está sumergida en un océano de contaminación invisible: el agua residual.
Las mismas ciudades que no tienen un sistema de clasificación de residuos adecuado tampoco tienen tratamiento de aguas residuales. Los ríos, las lagunas y los acuíferos están saturados no solo con basura plástica flotando en la superficie, sino con descargas de aguas servidas sin ningún tipo de tratamiento, cargadas de contaminantes microbiológicos y fisicoquímicos que afectan la salud de millones de personas.
Mientras tanto, hay quienes sí entienden la importancia de hacer lo correcto. Mis padres, con 85 y 89 años, clasifican su basura cada día. Con un tape y un marcador, le señalan a los señores que recogen la basura qué es inorgánico, qué es orgánico, qué es reciclable. Lo hacen porque saben que su generación no verá el cambio, pero quieren dejar un mejor país para nosotros. Y mientras dos ancianos hacen ese esfuerzo a diario, hay miles de guatemaltecos —jóvenes, adultos en pleno uso de sus facultades— que no mueven un dedo, que siguen la inercia de la desinformación, que son parte del problema y no de la solución. Es indignante.
El problema de la basura en Guatemala no es que la gente no pueda separarla. Es que la indiferencia, la mediocridad y la desidia han sido institucionalizadas.
El poder lo sabe, y su respuesta es clara:
“Esas manos que antes se calentaban aquí, las he retirado.
Puedo respirar mi propio aire.
Puedo dormir más tranquilo…
porque ahora están todos muertos”.
En Guatemala, el problema de la basura no es técnico. No es logístico. No es solo político. Es un problema de cultura, de conciencia, de participación.
Una sociedad que no se apropia de su destino, que no se levanta ni siquiera a recoger una servilleta, seguirá en la inmundicia.
“El agua está llena de sangre.
No la bebas”.