Para acompañar esta lectura, te recomiendo escuchar Agua de Beber de Antonio Carlos Jobim (https://music.youtube.com/watch?v=iteDBk6k3N8&si=IceRnZiuPAx5gcSk). Deja que su ritmo fluya mientras exploramos juntos el camino del agua.
En mi trayectoria trabajando con el agua, he visto que tanto en países con una sólida gobernanza hídrica como en aquellos donde el acceso sigue siendo un desafío cotidiano, hablar de su gestión—especialmente en contextos de escasez o contaminación—es un tema que puede abrir puentes o generar conflictos irreconciliables. Como ocurre con el amor, la discusión sobre el agua está teñida de pasiones, convicciones e intereses. A veces, la falta de comunicación, el miedo al cambio o el deseo de conservar el statu quo nos alejan de soluciones sostenibles y que apunten al largo plazo. Otras veces, el diálogo, el reconocimiento de la diversidad de visiones y la voluntad de encontrar puntos en común pueden ser el inicio de una reconciliación, de paz, de esperanza en el futuro.
Guatemala es un claro ejemplo de esta realidad. Desde hace décadas, el país ha postergado la aprobación de una Ley General de Aguas, una normativa indispensable para establecer reglas claras sobre el uso, distribución y protección del bien hídrico. La razón detrás de este estancamiento es evidente: hay sectores que se benefician del desorden y la falta de regulación. La abundancia de agua en ciertas regiones ha permitido que, históricamente, las cosas funcionen sin necesidad de un marco legal robusto. Pero esta aparente comodidad ha dejado un vacío peligroso: sin una entidad que arbitre, planifique y ejecute soluciones a escala regional y nacional, la crisis hídrica sigue creciendo en nuestras ciudades, cuencas y comunidades rurales.
Hay quienes creen que una regulación hídrica implica una amenaza a los derechos y las dinámicas locales. Es un argumento válido que merece ser escuchado, porque el temor a la imposición de modelos ajenos ha generado resistencia a cualquier intento de legislar sobre el agua. Sin embargo, si no encontramos un equilibrio entre estas posturas y el imperativo de ordenar el acceso y uso del recurso, seguiremos sumidos en el caos.
En medio de este dilema nos encontramos muchos técnicos, usuarios y sectores que sabemos que la falta de regulación es insostenible. No es solo un problema de escasez o contaminación; también es una cuestión de seguridad, salud pública y sostenibilidad. El agua está en el centro del cambio climático, de la crisis de productividad en sectores clave, de la degradación ambiental y la deforestación de fuentes de agua. Y sin reglas claras, los más afectados serán, como siempre, los más vulnerables.
El agua nos llama a dialogar.
En Brasil, el programa «Água Boa» busca mejorar la calidad del agua en zonas vulnerables, equilibrando el acceso entre grandes ciudades y comunidades rurales. En un país donde el agua fluye en abundancia, pero no siempre llega a quienes más la necesitan, este programa representa un esfuerzo por conciliar desarrollo y justicia hídrica.
Pienso en la letra de Agua de Beber, cuando dice:
«Eu quis amar, mas tive medo…»
(«Quise amar, pero tuve miedo…»)
El miedo al cambio, el miedo a perder lo que conocemos, el miedo a ceder control—estas emociones atraviesan muchas discusiones sobre el agua. Pero al final, la canción responde con su estribillo:
«Água de beber, camará»
(«Agua de beber, amigo»)
Porque el agua no es de nadie y es de todos. No debería ser motivo de disputas sin fin, sino un punto de encuentro donde podamos construir un futuro en común.
En otras regiones, estos diálogos también se están dando con urgencia. Personalmente, he seguido de cerca las discusiones políticas y técnicas en la cuenca del río Colorado, donde más de 40 millones de personas dependen de un caudal que ya no alcanza para todos. En los próximos meses, los estados aguas arriba en EE. UU. deberán alcanzar acuerdos con California y Arizona, aguas abajo, mientras que la relación binacional entre Estados Unidos y México enfrenta la revisión de tratados internacionales de agua. Lo que se decida en esta cuenca marcará el futuro de muchas regiones del hemisferio.
En África, las tensiones por el Nilo entre Egipto, Sudán y Etiopía siguen sin resolverse, mientras que en el Medio Oriente, se utiliza el agua como arma de guerra en contra de Palestina. El agua es el hilo conductor de la historia humana, y el equilibrio entre su gestión y su conservación definirá las próximas décadas.
Este mes de marzo, como cada año, celebramos el Día Mundial del Agua. Y más allá de discursos y eventos simbólicos, esta fecha debería ser un recordatorio de lo que realmente importa: el agua nos une, no nos divide. Imaginemos por un momento que todos bebiéramos de una misma fuente. Que las comunidades rurales y urbanas, el sector privado, los pueblos indígenas, las autoridades locales y los ciudadanos de a pie nos sentáramos a dialogar. Que entendamos que la protección del agua no está en contradicción con su aprovechamiento económico, sino que ambos pueden coexistir de manera equilibrada.
El agua es vida, pero también es desarrollo. No podemos seguir postergando las soluciones ni permitiendo que los intereses particulares nos priven de un futuro más seguro. Fluyamos con el agua. Conversemos, negociemos, construyamos puentes. Al final, cuando todos bebemos del mismo río, solo hay dos opciones: cuidarlo juntos o ver cómo se seca ante nuestros ojos.
Marco Morales, El Doctor del Agua.