Marco Morales

Marco Morales, Director de Water Co. www.water-co.com Ph.D. en ingeniería hidráulica y medio ambiente, MSc. Gestión y Planificación del Agua (UPV, España), especialista en Water Quality Monitoring (JICA, Japón), Gestión económica de recursos naturales y ambiente (UAH, España), Ing. Agr (USAC, Guatemala) Correo: marcomorales@water-co.com | Whatssapp: +502 33258714

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¡Cómo me gustaría que leyeras estas letras escuchando la poderosa y magnífica ‘November Rain’ de Guns N’ Roses (https://music.youtube.com/search?q=november+rain)!

La tormenta tropical Sara trajo mucha lluvia a Centroamérica, y en el valle de Zunil me encontré con la lluvia de noviembre.

“Todos necesitan algo de tiempo a solas”. También las microgotas de agua en las nubes, paseando por los cielos hasta que chocan entre ellas, se unen y crecen, para que la gravedad las atraiga a la tierra. Llueve en noviembre, mes en que inicia la época seca en gran parte del continente americano, como un presagio de La Niña.

Es una paradoja al ciclo hidrológico. Sin saberlo, también una metáfora sobre vida y supervivencia, tras despedir a un amigo que volvió a la tierra.

Ojalá estuviésemos siempre a salvo en este planeta impredecible, para tomarnos el tiempo de crecer como personas y cuidar las relaciones con nuestros seres amados. Pero ninguno de nosotros sabe ni el día ni la hora, ni si habrá sol, niebla, lluvia o viento fuerte cuando suceda.

“Cuando veo dentro de tus ojos”, puedo ver el horror contenido en los tres segundos que marcan la distancia entre la salvación y la muerte.

De inmediato aspiras aire al máximo y lo retienes dentro, como cuando te sumerges debajo del agua. Pero tu respuesta siempre será insuficiente: el peligro ya está aquí.

«Nada dura para siempre».

Sientes cómo las llantas traseras derrapan al tomar la curva sobre el asfalto mojado, al límite de la velocidad segura. El timón se vuelve traicionero, como si el vehículo se deslizara sobre barro o agua nieve. No hay control, solo el desamparo de lo inevitable: objetos y seres vivos vienen hacia ti, sin saber siquiera lo que está a punto de ocurrir.

Tus párpados se abren al máximo, tus pupilas se dilatan, la evolución respondiendo al miedo. Es esa sensación de mirar al frente mientras todo se escapa como el agua entre tus dedos.

Gritas:

«¡AY NO! ¡NO! ¡NO!».

Y por un instante, sientes a quien amas, como si su recuerdo atravesara el miedo.

Te aproximas al camellón central desnudo de barreras, donde solo queda el vacío, porque la corrupción se las llevó. Estás a merced de los vehículos pesados y livianos que avanzan en tu contra.

«Y es difícil sostener una vela encendida bajo la lluvia fría de noviembre».

Es la fragilidad humana, entre la esperanza y la desesperanza.

De pronto lo ves: un tipo asustado con su carro blanco, atrapado al centro de las dos vías, entre pastos silvestres. Ramas recién cortadas reemplazan los triángulos reflectores que deberían advertir el peligro.

¿Qué lo llevó allí? ¿Un error, la prisa, la ira contra sí mismo, el cansancio o simplemente la fragilidad de ser humano?

Sea lo que sea, agradezco que esté vivo. Quizás la vida le dio otra oportunidad, y quizás quiera narrar su historia para que alguien la escuche y salve su vida.

La vela encendida se sostiene, apretando fuerte el timón, retomando el control a pesar del miedo, del peligro inminente, de la proximidad con lo definitivo.

Las llantas izquierdas caen a la carretera contraria, giran huidizas, hasta que un timonazo y un acelerón te devuelven al lado correcto.

Nunca sabrás si fueron los reflejos, la experiencia, el carro respondiendo, el instinto, la suerte, la providencia o un poco de cada una, lo que logró evitar que volcaras o que chocaras de frente. Retornas a la carretera y continúas el camino. A salvo.

¿Fue real? ¿Fue un instante imaginado al pasar junto al carro blanco y su conductor abatido?

El dolor en tu pantorrilla y espinilla derecha, la molestia en la mano que sujetaba el timón, te hablan como un eco físico que no se apaga.

No tardes más, ve. Persevera, cree y, si tienes a alguien, díselo:

“Así que no te preocupes por la oscuridad, todavía podemos encontrar un camino, porque nada dura para siempre, ni siquiera la fría lluvia de noviembre”.

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