Por: Lic. Luis Fernando Bermejo Quiñónez
@BermejoGt
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En el libro de los autores Daron Acemoglu y James A. Robinson “¿Por qué fracasan los países?” estos hacen una descripción de cómo la peste bubónica o la peste negra a finales de la Edad Media fue una “coyuntura crítica” para el desarrollo de instituciones inclusivas en Europa Occidental y, al contrario, de represión y de ahondamiento del feudalismo en lo que hoy es Europa Oriental. Así describen que, al barrer la plaga con un porcentaje amplísimo de la población europea, surgió una escasez de mano de obra que en el occidente de Europa desencadenó un proceso de liberación de los “siervos” de las onerosas condiciones que imponían los señores feudales al demandar sus derechos y exigir que se les liberase del trabajo forzado. En cambio, en Europa oriental desencadenó un proceso contrario por el cual los señores feudales adquirieron más tierra, hicieron sus latifundios aún más grandes, e impusieron condiciones a los siervos y campesinos aún más onerosos que antes. En esta columna quisiera abordar un fenómeno que varios comentaristas y analistas han señalado está ocurriendo que me parece que tiene ciertas aristas similares, no todas, al proceso descrito arriba en el libro de Acemoglu y Robinson.
En Guatemala no se está esparciendo la peste bubónica, pero en términos metafóricos entre 2015-2018 existió una depuración judicial que “diezmó” y sacó del escenario político a muchas de las figuras del quehacer político en el pasado. Barrió el escenario político una marejada que involucró a la élite política de Guatemala, tanto de políticos como de actores gremiales con influencia. Derivado de la reacción en contra de dicha “peste” existió una alianza de diversos intereses de detener la lucha contra la corrupción, expulsar la CICIG, cooptar la justicia y de perseguir revancha contra los actores que otrora apoyaron los esfuerzos depuradores. Sin embargo, el diezmo de muchas de las figuras políticas de antaño dejó muchos “vacíos” que fueron llenados en los operadores de la política. En la política, como el agua, si hay espacios se llenan, sea de buena o mala calidad el agua.
Diversos analistas de nuestra realidad han opinado que en este proceso de depuración política, ahora claramente perjudicado a propósito, se ha dado un proceso de “circulación de élites” dando lugar a lo que llama Renzo Rosal en su columna “Los Protagonistas del 2023” el ascenso de los “rústicos” o lo que Lionel Toriello asemeja a la “revolución de los guardaespaldas” en su columna de “A ver cuánto dura esta torpe dictadura”, o bien lo que mi amigo Edgar Ortiz llama “la revolución de los Brayan” en los cuales los anteriormente personajes marginales del quehacer político y jurídico desplazan a los antiguos mandamases del sistema y le “sacan raja” al sistema. Yo prefiero llamarle la “revolución de los siervos” o de los peones. Atrás quedaron los años en que la Corte de Constitucionalidad o la Corte Suprema de Justicia tenían entre sus miembros a conocidos juristas como Edmundo Vásquez Martínez, Rodolfo Rohrmoser, Alfonso Carrillo, José Rolando Quesada, Luis Fernández Molina o Rogelio Zarceño. Esa época quedó atrás. De la misma forma, podemos ver el Congreso en el cual ya no están las figuras del pasado con liderazgos políticos importantes (aunque no necesariamente intachables) como un Oliverio García Rodas, Edmond Mulet, Alfonso Cabrera, Otto Pérez Molina, Roxana Baldetti, o, incluso los caciques regionales como los Arévalo o un Arístides Crespo, en cambio ahora lo presiden personajes que anteriormente eran, o marginales, o a lo sumo “operativos” del sistema pero sin el calibre que los personajes a los que respondían antes. Lo mismo podemos apreciar en el Ejecutivo, en el cual personajes secundarios de proyectos políticos anteriores (la GANA) ostentan el poder. La instrumentalización de estos para fines de la alianza indecorosa los encumbró al cénit.
Estos nuevos personajes, dada la peculiar coyuntura y los intereses comunes que los han unido a la fecha con otras fuerzas políticas, han acumulado poder a través de la cooptación en consuno de la institucionalidad republicana (CC, CSJ y MP) y han hecho el trabajo sucio propio y para otros. Pero resulta que poco a poco los intereses comienzan a divergir. Los “siervos” comienzan a tratar de meterse en áreas que antes eran de exclusividad de ciertos grupos más afines al poder tradicional (miremos la disputa por el Comité Olímpico Guatemalteco) e incluso ya se dan el lujo de extorsionar a las élites tradicionales con no cerrar los casos que les preocupan o de activar viejas pistas que tiene la FECI. Existe inmovilismo en ciertos sectores porque se les “salieron de las manos”. Pero los peones no tienen asegurado su dominio, entre ellos se pelean y se discuten el poder. El dinero público sobre la mesa pretende apaciguar, pero en última instancia, los peones no saben de formas y modales, son rústicos y pueden abusar fácilmente. Las formas no les interesan. El poder los ciega y les hace medir mal sus fuerzas. ¿Qué nos traerá esta revolución de los siervos? ¿Nos traerá un proceso de evolución a un sistema más inclusivo como en Europa Occidental al converger los intereses de grupos contrapuestos en contra de los “bárbaros en la puerta”? ¿O nos traerá un autoritarismo más duro como en Europa Oriental? Ni el pasado ni el status quo es un modelo de bondad para el guatemalteco promedio, pero yo no soy tan benigno como otros que en Guatemala no se pueda consolidar el modelo autoritario. Tienen los medios económicos y la institucionalidad de control republicana en sus manos.