Por: Lic. Luis Fernando Bermejo Quiñónez
@BermejoGt
lfernandobermejo@gmail.com
Hace unas semanas escribí sobre la necesidad de buscar coaliciones partidarias para hacerle frente a la “alianza oficialista” que domina el Ejecutivo, el Congreso y, de una u otra forma, el resto de instituciones de peso en el país. En el ambiente político ya se habla de posibles alianzas y coaliciones pre-electorales de frente a las elecciones del 2023.
Las coaliciones partidarias son mucho más comunes en sistemas parlamentarios, particularmente los europeos. Lo anterior porque en dichos sistemas existe un control orgánico por medio de la destitución del primer ministro por medios parlamentarios, como el voto de falta de confianza, si este se desvía de los acuerdos de coalición previos a las elecciones. Sin embargo, también se ven en sistemas presidencialistas. Recientemente se ha podido apreciar como coaliciones de partidos llevaron al poder al Partido Libre liderado por Xiomara Castro para ganar las elecciones en contra del Partido Nacional gobernante desde hace 12 años y, de forma aún más reciente, hubo una coalición en Chile para que Gabriel Boric ganara la presidencia en Chile. Ejemplos menos recientes lo constituyen la victoria electoral a través de coaliciones de Dilma Roussef y la de Piñera en Chile, ambas en el 2010. Sin embargo, en los sistemas presidencialistas no existe el control orgánico por el principio de separación de poderes y esa distinción, según la literatura tradicional, hace menos “sólidas” o “vinculantes” los acuerdos de coaliciones en el sistema presidencialista.
Derivado de ello, siendo Guatemala un país con un sistema presidencialista con un sistema de balotaje quise estudiar sobre el tema para verificar en la literatura las condiciones en que se dan las coaliciones partidarias en sistemas presidencialistas y, en particular, en sistemas de pluralidad partidista en América Latina, y al final de cuentas, la efectividad electoral de las mismas. Al respecto, me pareció bastante iluminador el artículo de Marisa Kellam titulado “Why Pre-Electoral Coalitions in Presidential Systems?” (¿Por qué coaliciones pre-electorales en sistemas presidenciales?)[1]. Comparto sus conclusiones en este artículo para reflexión.
La autora Kellam hace una distinción para su análisis entre los partidos políticos que tiene propósito de “obtener puestos” (“office seeking parties”) y partidos que buscan establecer políticas (“policy seeking parties”). Los primeros, no tienen una ideología definida ni una plataforma programática y buscan obtener puestos de gobierno para impulsar programas ya que obtienen su electorado de programas clientelares y otras políticas públicas favorables a sus electores. En ese sentido, muy similares a casi todos los partidos de Guatemala. En cambio el segundo tipo de partidos, tienen programa político definido y buscan establecer políticas públicas definidas conforme al mismo. Según la autora y conforme a la evidencia empírica en su estudio, ella llega a la conclusión que los partidos “para obtener puestos” son menos proclives a realizar alianzas pre-electorales porque la posibilidad de escoger mal apoyando a candidatos que pierden hacen su posibilidad de obtener puestos en el gobierno un riesgo muy grande. En cambio preferirán decantarse en alianzas luego de las elecciones o en el balotaje para asegurar sus puestos en el gobierno. En cambio, los partidos con plataforma programática, pueden beneficiarse de alianzas acordando puntos de política pública que son de interés en forma “pública” en la campaña e influir en la dirección de negocios del futuro gobierno. La evidencia que encuentra es que por ello dichas alianzas se realizan en partidos con “proximidad” ideológica. Claro, las alianzas pueden dañar la “reputación” del partido y “nublar” la plataforma ideológica si el partido electo no cumple sus compromisos, pero siempre tendrán la opción de poder alejarse de la alianza y la denuncia pública del incumplimiento es suficiente aliciente para que los miembros se atengan a ella.
Con base en sus investigaciones y las existentes en la literatura, la autora llega a la conclusión que las alianzas o coaliciones electorales funcionan de forma similar a los sistemas parlamentarios para el caso de partidos con ideología definida y programa político, siendo totalmente distinto para partidos clientelares o que buscan únicamente puestos en el gobierno. La conclusión a la que llega la autora es que los partidos con programa político definido (“policy seeking parties”) son mucho más proclives a formar coaliciones en sistemas presidencialistas que los partidos que no tienen programa político definido (“office seeking parties”). Por último, y de particular relevancia, revisando los datos de 11 países latinoamericanos y 77 elecciones, la autora encontró que las coaliciones en el 37% de casos obtuvo más de 10% del voto en elecciones de primera vuelta y que el 45% de los candidatos de coaliciones eventualmente fueron electos presidente. Las coaliciones funcionan electoralmente. Con base en lo anterior, en Guatemala se podría concluir que los pocos partidos con programa político definido, todos en la oposición ahora mismo, que busquen influir en el futuro gobierno les pudiera beneficiar formar parte de una coalición para promover puntos de política pública de su interés y tratar de asegurar un resultado electoral favorable que si compiten solos.
Las coaliciones de partidos políticos no son novedades en la política. Creo que si los dirigentes políticos de la oposición o los nuevos partidos que se puedan ir formando de verdad quieren disputar con fuerza el poder al entente que actualmente integra la alianza oficialista deben ya comenzar a formar las bases de un acuerdo político de coalición, formal o informal, para hacer frente común. Si se quiere cambiar el estado de cosas, insatisfactorio para la gran mayoría de la población, es tiempo que las fuerzas políticas lleguen a un acuerdo similar y hagan una “coalición del bien” para poder competir en forma efectiva con puntos comunes. La lucha contra la corrupción pudiera ser una bandera unificadora. Los corruptos fácilmente se alían sin mucho escrúpulo como hemos podido apreciar en los últimos tres o cuatro años. Es hora prime la razón y no las falsas expectativas de una política “inmaculada” pero sin efectividad alguna para poder disputar el poder.
[1] Puede ser obtenido en: Clic aquí