Por: Lic. Luis Fernando Bermejo Quiñónez
@BermejoGt
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Nuestras instituciones políticas y el Estado de Derecho está, en la percepción de muchos, en grave deterioro. Existe un descontento creciente con el actual gobierno y con la alianza oficialista del Congreso. La población percibe que esa alianza política tan “disímil”, en “apariencia”, es muy perniciosa para el país.
A la fecha, no obstante lo anterior, la oposición política no ha podido articular efectivamente una “oposición” porque, según se dice y/o especula, los negocios estatales siguen aceitando el funcionamiento y la disciplina de la alianza VAMOS-UCN-UNE facción Sandrista-VALOR, entre otros. En la cara del electorado existe un dominio total de esta alianza que está costando mucho al país. Sin embargo, el próximo año, en miras de las elecciones del 2023, las cosas pueden ir cambiando y puede ser que algunos partidos vayan queriéndose desmarcar de los efectos perniciosos de pertenecer a la alianza que es percibida como corrupta, o bien, la gobernanza de esa alianza lleve a convenios y pactos o a “mayorías” que vayan dejando sin los mismos espacios a ciertos de sus miembros. Puede ser “no quepan todos” o “no haya para todos”.
Esto abre varias oportunidades en cara a las comicios del 2023 tanto para los partidos de oposición como para los partidos que no continúen en la “alianza oficialista”.
Guatemala tiene un sistema bastante fragmentado de partidos políticos en relación a otros países. En la elección pasada más de veinte (20) partidos postularon candidatos para la presidencia. Para la próxima elección es bastante probable exista un número similar de partidos políticos. En un entorno tan fragmentado, las probabilidades de obtener resultados buenos en las elecciones son extremadamente “bajas”. Las elecciones de 2019, salvo unas cuantas opciones, fue una “carrera de enanos”.
Me parece que es hora que los dirigentes políticos tengan la suficientemente madurez política y tino para dejar los personalismos y que busquen hacer coaliciones de amplio espectro, “tiendas grandes”, donde quepa un importante volumen del electorado con miras a formar coaliciones partidarias. Ya sea sean formadas legalmente con los requisitos de la Ley Electoral o por acuerdos políticos serios, pero que puedan disputar con probabilidad de éxito el poder. Obviamente esto pudiere no interesarle a los “dueños” de los partidos que únicamente tienen control de su partido para obtener un curul en el listado nacional, sino a los partidos políticos que tengan un deseo de poder competir por lograr objetivos electorales de más amplio alcance.
Particularmente, las coaliciones partidarias son más visibles en sistemas parlamentarios, particularmente los europeos. Sin embargo, también se ven en sistemas presidencialistas. Las coaliciones partidarias, por ejemplo, han sido claves para poderle disputar a partidos políticos dominantes que se consideraban casi invencibles. Así, por ejemplo, en Israel este año, una coalición protagonizada por Naftali Bennet (extrema derecha) y de Yair Lapid (centro) lograron arrebatarle el poder a Benjamin Netanyahu después de 12 años consecutivos en el poder. Sin ir muy lejos, la coalición efectuada por el Partido Libre liderado por Xiomara Castro y el Salvador de Honduras de Salvador Nasralla logró ganar las elecciones en contra del Partido Nacional gobernante desde hace 12 años. Sin emitir juicio alguno sobre lo que en cada caso pudo o no representar para esos países que ganaran esas coaliciones, el punto es que la unión de fuerzas de esos partidos y su complementariedades que tuvieron el efecto que ellos buscaban, disputar el poder y obtenerlo.
¿Cuáles son los obstáculos en Guatemala a las coaliciones partidarias? Ya mencioné uno de ellos que es que algunos partidos solo son usados para ganar diputaciones en el listado nacional y una que otra alcaldía sin tener pretensiones “nacionales” de ejercer el poder. Pero principalmente, me parece que la inmadurez política y la creencia generalizada que es ser “mejor ser cabeza de ratón que cola de león”, aunado a las “inseguridades” que pueden tener sobre su electorado o la autoconsciencia de ser vistos como “unidos con el enemigo” es lo que impiden que se logren estos acuerdos políticos pragmáticos. Claro es importante definir las “líneas rojas” y las posiciones comunes y todo lo que debe acordarse en este tipo de acuerdos, en el que por supuesto la “afinidad” debe existir para formar una “coalición del bien”, pero no se debe perder de vista que el fin último, al final, es poder tener probabilidades de poder disputar efectivamente el poder.
Creo que si los dirigentes políticos de la oposición o los nuevos partidos que se puedan ir formando de verdad quieren disputar con fuerza el poder al entente que actualmente integra la alianza oficialista deben ya comenzar a formar las bases de un acuerdo político de coalición, formal o informal, para hacer frente común. En Honduras pudieron cambiar el régimen, aún no sabemos si para bien, pero el punto es que el partido oficial, percibido como corrupto, autoritario y ligado al narco desde su cúpula, fue destronado por amplia mayoría por un acuerdo de fuerzas políticas que en otra coyuntura pudieron estar en competencia. En Guatemala es tiempo, en mi opinión, que las fuerzas políticas lleguen a un acuerdo similar y hagan una “coalición del bien” con buenos miembros para poder competir en forma efectiva. Los prejuicios y los tribalismos no nos llevarán a ningún lado, los corruptos fácilmente se alían sin mucho escrúpulo como hemos podido apreciar en los últimos tres o cuatro años. Es hora prime la razón y no los egos y la polarización.