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A primera vista no se descubre una relación entre nuestro tradicional fiambre y el ancestral libro sagrado hebreo-cristiano, pero la hay, ese vínculo se empieza a asomar en Éxodo 20:12 cuando Moisés prescribe: “Honra a tu padre y a tu madre para que vivas mucho tiempo en la tierra que te dará Yahweh, tu Dios.” Ese precepto que se repite en Dt 5:16 “Honra a tu padre y a tu madre,a tal como Jehová tu Dios te ha mandado, para que vivas mucho tiempo y te vaya bien en la tierra que te dará Jehová tu Dios.” Pablo, el gran promotor del cristianismo, destaca que ese es el primer mandato acompañado de una promesa: “Para que te vaya bien y permanezcas durante mucho tiempo sobre la tierra”. Efesios 6: 2-3. En efecto, es un precepto que encierra una bendición pero no sólo para mundos futuros sino para esta vida. La atención y respeto a los progenitores es fuente y garantía de un pasaje feliz por este mundo. Es que los hijos son los continuadores de la experiencia de los padres; de esa manera ellos se proyectan en ese futuro infinito e impredecible.

Después de todo, la comunidad humana constituye una cadena, una secuencia interminable en que a una generación le toca ocupar el escenario por poco tiempo y luego desocupa para que lo tome la siguiente generación. Es una cadena que se forma con eslabones que se van formando sin percibirlo apenas. Cada individuo del grupo, desprendido del tiempo y de la historia, va haciendo su vida, inconsciente de su sentido de eternidad y sin percibir esa conexión que tiene con los que antes vivieron y con los que en el futuro saltarán al escenario.

Es la conexión humana; por eso somos receptores de la bendición o la condena por ese lazo que nos ata con nuestros ancestros. La misma Biblia nos recuerda que Dios extiende la maldición o bendición de los padres “hasta la tercera y cuarta generación”. (Éxodo 20:5). Advertencia que se reitera en el mismo libro de Éxodo, 34: “pues la falta de los padres pide cuentas a sus hijos y nietos hasta la tercera y la cuarta generación.” La conexión es clara, el entramado bien definido. De la misma forma que no podemos escapar de las leyes de la herencia tampoco podemos desconocer ese enlace, esa atadura con aquellos que nos precedieron.

¿Y el fiambre? El fiambre es algo más que un delicioso plato, una delicatesen nacional. Pero es algo más, mucho más. Es un ritual, una ceremonia que solamente se celebra en el mes de noviembre de cada año. Un momento en que los vientos del norte han soplado sobre las nubes cargadas de agua. Cesan las lluvias y llegan los fríos del fin de año acompañan el azul intenso de los cielos despejados. Como una ceremonia, el fiambre es una convivencia “virtual” con nuestros antepasados. Los evocamos, sentados alrededor de la mesa que tenía los platos de servir. Recordamos a la abuela que nos legó la receta y se esmeraba mucho en la preparación. Su toque magistral para llegar al punto exacto del caldillo. ¡Cuántos esfuerzos en conseguir la zanahoria fresca, los ejotes tiernos, la remolacha jugosa, el perejil oloroso y el jengibre aromoso! ¡Cuántos viajes al mercado para comprar los chorizos y butifarras! ¡Cuánta búsqueda para obtener la lengua salitrada y las butifarras! Claro, el costo ha sido siempre un factor. Rememoramos esas vísperas e igual recordamos al tío Chepe, aquel buen hombre de gran proporción que siempre llegaba primero, y sin haber desayunado para “tener más espacio”. Traía dos botellas de vino (pero no muy bueno). Nunca olvidaremos a la tía Carmen que, con sus ocurrencias y disfraces, aportaba la alegría simple de los niños. El tío Jorge que se gozaba el chile chamborote y, callada la boca, se servía tres veces, en abierta competencia con el tío Chepe. La tía Bitty que, siendo excelente cocinera, dejaba el protagonismo a la abuela para que se luciera con la preparación. El abuelo que siempre llegaba circunspecto, con tacuche y corbata. La prima Maryann, que no comía fiambre (hay gente así, aunque usted no lo crea) venía todos los años de los States para participar de la fiesta comunal. Era una reunión familiar casi navideña, pero sin regalos. El regalo era la presencia de cada uno y la compañía de aquellos que ya se fueron, pero nunca están ausentes.

Por eso, con la ceremonia del fiambre se reviven los recuerdos de los familiares que se han ido y así se les honra. Al mismo tiempo se les honra cumpliendo cabalmente esa misma costumbre –y ese exquisito plato– que tanto atesoraron nuestros padres quienes, en su época, de esa manera honraron a sus progenitores, quienes a su vez hicieron lo propio con sus ancestros, todo como parte de esa cadena interminable arriba referida.

Espero que quienes lo pueden preparar se lo gocen y den espacio en la mesa para los que no se ven, pero participan de la fiesta recordando que un año más ha pasado y por lo mismo cada vez estamos más cerca de volvernos a abrazar…

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